En su carta a los sacerdotes de 1999 -plena actualidad, oiga usted- el actual Papa Francisco (en la imagen) habla de la confesión y de la apertura de las Iglesias. La sentencia, cómo no, está sacada del espléndido libro de Armando Rubén Puente Papa Francisco, titulado "Papa Francisco. Cómo piensa el nuevo pontífice".
Allá va: "La Iglesia, en un mundo en el que los 'soppings' no cierran nunca no pueden permanecer muchas horas cerradas, aunque haya que pagar vigilancia. Y bajar más al confesionario, más seguido… En el confesionario uno sabe que la mitad de la batalla se gana o se pierde en el saludo, en la manera de recibir al penitente. Una acogida franca, cordial, cálida, termina por abrir un alma a la que el Señor ya le hizo asomarse a la mirilla. En cambio un recibimiento frío, apurado o burocrático, hace que se cierra lo entreabierto. Sabemos que nos confesamos de diversa manera según el cura que nos toque".
Esto recuerda la anécdota de aquella niña que pedía dos cosas a Dios: "Que los malos se vuelvan buenos y que los buenos se vuelvan simpáticos". Pero, mientras se vuelven simpáticos, que las Iglesias no cierren y los confesionarios, tampoco.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com