A mí es que me fastidian estos escritores jovencitos que se permiten el lujo de prescindir del sistema público de honores y de ignorar a los santones de la crítica literaria, y escriben una novela apasionante y lúcida, de esas que no se dejan desde el principio al fin y se leen con el temor a terminar demasiado pronto.

Es el caso de "La sangre del Pelícano", obra de un impertinente llamado Miguel Aranguren quien, con su insultante juventud, 10 años más pequeño que yo, se ha atrevido a escribir la novela que a mí me hubiera gustado firmar y que nunca he logrado ni tan siquiera incoar, seguramente porque soy un tipo mucho más ocupado que el susodicho sujeto. No se dónde vamos a llegar.

Este miserable imberbe ha dibujado una trama sobre el asunto más arduo del momento presente -el ataque lanzado contra la Iglesia de Cristo por el Nuevo Orden, que ni es nuevo ni es ordenado- y lo ha hecho, no como el novato repleto de lagunas -que yo hubiera exhibido con mucho gusto- sino como el veterano que une argumento y documentación, erudición y drama, para provocar, el muy ventajista, reflexión y aventura, todo a un tiempo.

Este canalla adolescente -bueno, ya le gustaría, que tiene 37 tacos- ha aspirado el aroma de fin de etapa en que vivimos, e incluso puede haber superado a Michael O'Brien a la hora de atrapar el escurridizo espíritu de los tiempos últimos, o al menos penúltimos. O'Brien, otro majadero que ha tenido la osadía de adelantarse a mis geniales proyectos, es más lineal, mientras Aranguren resulta más poliédrico. El canadiense cuenta una historia -genial, me fastidia reconocerlo-, mientras el español opta por contar media docena que confluyen en una misma estación término.  

Pero no se va a ir de rositas. Tendré que aconsejar -dita sea- la imprescindible lectura de La Sangre del Pelícano, pero quiero ponerle tres ‘peros'. El primero: ¿Estás seguro, Miguelito, de que las huestes del Anticristo son "estafadores"? A lo mejor son algo más. Quiero decir, ¿estás seguro de que el vaso de la ouija no lo mueve un ser inteligente? No lo dudes, alcornoque: la magia existe, lo que ocurre es que siempre es magia negra. No caigas en la trampa del Escrútopo de Lewis: los diablos acogen con igual agrado a un materialista que a un hechicero.

La segunda: ¿Por qué mezclas en tu farsa, miserable tramposo, personas y personajes, Papas reales y brujas ficticias? Sabes que eso puede inducir al equívoco, miserable fullero. ¿O era precisamente lo que pretendías, repugnante tuercebotas? Tres, al igual que O'Brien, no te atreves a decidir el futuro del Señor del Mundo. ¿Qué pasa, príncipe, era demasiado para ti?

Como odio a este tipo. Me he sacudido 478 páginas en 48 horas. Yo es que no le aguanto.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com