Sr. Director:
El próximo 28 de octubre tendrá lugar en Roma la ceremonia de Beatificación de 498 mártires del siglo XX en España.
Estas Beatificaciones están exentas de cualquier connotación política ya que, estos testigos de la Fe, no sufrieron martirio por defender una forma concreta de entender la política sino que fueron asesinados por no apostatar de su Fe y, además, lo hicieron perdonando a sus verdugos.
Ese ejemplo que nos dieron, de firmeza en la Fe y de perdón, y el hecho de que estos procesos comenzaron hace décadas demostrarían la falsedad de los que afirman que se producen como respuesta a la situación política concreta en que nos encontramos. Aunque esta argumentación, por otro lado, no es incompatible con el análisis de las circunstancias políticas que propiciaron estos martirios.
La crueldad con que fueron sometidos a horrendos suplicios y el elevado número de mártires (cerca de diez mil) que se produjeron entre la revolución de Asturias (1934) y el final de la Guerra civil (1939), a manos de milicianos marxistas y anarquistas, no permite pensar que fueran víctimas de grupos incontrolados y que no se tratara de algo perfectamente planificado. Porque, en realidad, se estaba recogiendo lo que se había sembrado durante más de cien años.
De la persecución religiosa, en nuestro país, ya encontramos antecedentes en el S. XVII, durante el reinado de Carlos III, con la expulsión de los Jesuitas y la disolución de esta orden por considerarla un freno a las ideas de la Ilustración. Pero el primer antecedente, de persecución y martirio, se produce durante el S. XIX con la llegada tardía de las ideas de la revolución francesa. Durante esta revolución, de corte liberal-masónica, y por tanto anticlerical, no solamente se persiguió intelectualmente a la iglesia y se produjo el expolio de sus bienes mediante la desamortización, sino que, además, se llegó a justificar desde las cortes la matanza de religiosos de 1834.
Posteriormente, durante el S. XX, se celebró la llegada de la II República con la quema de iglesias y conventos. Una República asentada sobre una constitución masónica que recogió de nuevo la disolución de la Compañía de Jesús y la prohibición de que las órdenes religiosas se dedicaran a la enseñanza, y que acabó propiciando la revolución marxista y anarquista de los años treinta, de carácter antiliberal, pero que fue, si cabe, más anticlerical.
El denominador común de estas revoluciones radicó en convencer a las masas de que la Iglesia era la causa de todos los males del país y el freno a todo progreso humano. Mensaje que, hoy en día, se sigue utilizando cuando los cristianos denunciamos el proceso de ingeniería social, cimentada sobre una moral relativista, a que se está sometiendo nuestra sociedad desde el poder. Cosa que, por otro lado, no es de extrañar pues, la persecución actual, es heredera de las dos anteriores.
Qué razón tan grande tenía Juan Pablo II cuando dijo, refiriéndose a la necesidad de continuar con los procesos de beatificación de los mártires del S. XX (de todas las naciones), que se trataba de " Una labor tanto más urgente cuanto que, sobre muchos de ellos, no existe solo el peligro del olvido sino el peso de la calumnia y de la sospecha, lanzado a veces por los mismos que los asesinaron y torturaron".
Manuel Maldonado
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