Para dialéctica de altura la del siglo XIX y primera parte del XX. Desde entonces, desde el fin de la II Guerra Mundial hasta ahora, vivimos de prestado. Los tratados se han convertido en eslóganes y la búsqueda de la verdad en búsqueda de la búsqueda: en definitiva, en la turbadora tentación de que la verdad no existe, por lo que el conocimiento no merece la pena: lo único que merece la pena es la divagación eterna e infructuosa sobre las formas de conocimiento. La cosa empezó a torcerse con Descartes, pero en el siglo XX alcanzó su plenitud, es decir, alcanzó el desastre.
Es como si la razón hubiera sido recluida en una prisión y con ella la libertad. Recluida, claro está en nombre de la libertad de pensamiento. El progreso intelectual de la civilización occidental ha degenerado en un círculo oriental, del que es imposible salir. En Occidente le llamamos relativismo, pero en el fondo el relativismo no esconde más que la anulación del hombre como ser racional y, con ello, la anulación de su libertad. Vivimos en el universo de la contradicción permanente.
Analicemos la situación en unos pocos aforismos, que son lo mandamientos vigentes. El primero y más importante de todos, que los engloba a todos, que los resume y abarca a todos, es el siguiente:
1. Nada es verdad ni nada es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira. Ahora bien, la frasecita de Campoamor, que revela como ninguna otra el fin de las verdades absolutas, es la que incurre en la primera contradicción flagrante: nada es verdad ni nada es mentira menos esta frase, este principio, este dogma aniquilador.
2. Prohibido Prohibir, tradujeron los del mayo francés, una generación que continúa sin abandonar le poder. Ahora bien, si prohibimos prohibir, ya hay algo que sí está prohibido : prohibir.
3. Todo es opinable, aseguran los hombres de la sociedad de la comunicación. Sí, todo es opinable; todo menos justamente eso : que todo sea opinable.
4. Los dogmas son inadmisibles. Salvo justamente el que a acabo de enunciar, indemostrable pero de aplicación forzosa. En cualquier caso, el hombre siempre parte de un dogma para concluir, tanto en el pensamiento deductivo como en el inductivo
5. Libertad de pensamiento. Muy cierto, pero dos más dos sólo son cuatro en base 1 y por definición. Nadie comienza pensar desde cero, sino desde un eje de coordenadas que le viene dado. El pensamiento humano está sometido a reglas estrechas, que componen lo que se conoce como la ciencia de la lógica: no damos para más y no es para avergonzarse de ello. A fin de cuentas, mal de muchos
6. Toda idea, principio o creencia es tan respetable como otra. ¿Todas? No, porque la que acabo de escribir vale mucho más que cualquier otra y es acreedora del mayor de los respetos.
7. Eduquemos en libertad. Pero eso es imposible: si concedemos libertad al alumno para someterse o rechazar la educación, seguramente optará por la libertad de no educarse, sobre todo si piensa en el sometimiento y el esfuerzo que implica el hacerlo.
Lo único que importa es la tolerancia, no las ideas que se toleran. Es más, la misma libertad de expresión es un atentado contra la libertad ajena, en cuanto pude influir en el interlocutor.
8. No acepto aquello que no sea demostrable. Pero ni tan siquiera puedo demostrar nuestra existencia. Lo empíricamente demostrable no alanza ni el 0,1% e lo conocimientos humanos. Tampoco puedo dar razón de mi existencia.
9. Lo que se ve, existe, y lo que no se ve, no existe. Pero nuestros sentidos nos engañan. Además, de esta forma no existirían la lunas de Júpiter, ni el amor, ni el dolor, ni la belleza, ni el arte, ni la literatura Además, ¿estamos seguros de que la vida no es sueño y ensueño no es la verdadera vida?
10. Nadie puede decir lo que está bien o lo que esta mal. Pero esta política de no injerencia es buena en sí misma, así como sus numerosos desarrollos en forma de juicios morales, esos juicios que constantemente estamos pronunciando. Es más, si en algo creemos es en nuestras críticas al próximo o en nuestros halagos (en ésos menos, dado que resultan menos numerosos).
No me extraña que el hombre actual esté mareado. Sufre de vértigo intelectual y sus síntomas son: falta de personalidad, acentuada inseguridad en sus talentos. O sea, que el relativismo le ha llevado al complejo de inferioridad, a la tristeza: Porque el hombre puede ser bueno o malo, sabio o ignorante, pero lo que su propia naturaleza racional no puede aceptar jamás sin romperse en pedazos es vivir en la contradicción. El único velo capaz de ocultar la incoherencia es la locura. Y esa es, precisamente, la meta lógica de todo relativismo.
Eulogio López