Tiene toda la razón el portavoz parlamentario de Izquieda Unida Gaspar Llamazares, cuando asegura que los cálculos sobre pensiones siempre han resultado erróneos.

Por eso, cuando la Unión Europea nos dice que hay que reformar el sistema de pensiones. Es decir, bajar las pensiones, conviene reflexionar en el Cui prodest (quién se beneficia). En efecto, beneficia a las gestoras de fondos de pensiones, a la banca, por mucho que la derecha se empeñe en que el sistema de capitalización es más justo que el de reparto.

En cualquier caso, el problema de las pensiones es muy sencillo: la curva demográfica. No tenemos hijos en Occidente y la esperanza de vida aumenta. Así no hay cuentas que cuadren. Por tanto, o promocionamos la natalidad o aquí no hay solución posible. Tampoco lo de la emigración, porque se necesitan dos generaciones de emigrantes para que las cotizaciones de estos hombres con salarios bajos compensen el envejecimiento de la población.  

Toda la economía occidental está montada contra los jóvenes, para que los jóvenes no puedan formar una familia y tener hijos. Pero si no tienen hijos tampoco se podrá alimentar a los viejos.

En España, el problema se acentúa con los bajos salarios reinantes. En otras palabras, aunque trabajen los dos miembros de la pareja (en cuyo caso, además, se lo piensan tres veces antes de tener descendencia) ya me contarán como dos mileuristas (2.000 euros brutos al mes en total) pueden comprar piso y tener, no ya muchos hijos, sino tan siquiera el primero. Y hablo de mileuristas, no de perceptores del salario mínimo (633 euros mensuales).

Por lo tanto, la única posibilidad de arreglar el déficit de las pensiones es aumentar la natalidad y para aumentar la natalidad la única posibilidad es implantar el salario maternal, es decir que la mujer reciba un sueldo público por cada hijo que posea. De hecho sin llamarle salario, las prestaciones por hijo se están imponiendo en toda Europa, y son importantes en Francia, Bélgica, Irlanda y Alemania.

No es una limosna, es la justa retribución a la mujer que tiene hijos, precisamente cuando está intentado entrar en el mercado laboral, porque lo que la maternidad le discrimina frente a su compañero varón.

A las feministas no les gusta el salario maternal a pesar que es de justicia y favorece a la mujer. Pero es que a las feministas no les gusta la maternidad.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com