Sr. Director:

Se ha apagado la llama olímpica, que volverá a lucir dentro de cuatro años. Hace muchos, durante la celebración de los Juegos se producía una tregua de todos los conflictos armados, atendiendo la llamada a la paz que supone el símbolo de la "llama".

En Londres –ignoro si por primera vez- ha habido dos antorchas: la traída de Grecia y otra, traída de Etiopía por Meseret Defar, cuando al ganar los cinco mil metros mostró al mundo una imagen de la Virgen María con el Niño en brazos.

Este gesto de la etíope es el testimonio de una fe que, pese a las dificultades de todo orden que ha sufrido Etiopía, perdura en su país desde comienzos del siglo IV.

Están muy bien las medallas como reconocimiento al esfuerzo, que dan gloria, fama y –en su caso- dinero; no obstante, la inmensa mayoría de los medallistas serán olvidados a la vuelta de la esquina.

Meseret Defar no ha buscado con su gesto los honores de las medallas (justos, por supuesto); ha hecho ante el mundo con el homenaje a María, Virgen y Madre, un reconocimiento expreso de su fe en Dios, el Dios que nos ama y nos "llama" cada día a ser mensajeros de paz y de alegría. Y si anhelara ser recordada por ello, sin duda sería para convertir a alguien, que falta nos hace por estos pagos.


Amparo Tos Boix, Valencia