Los nuevos tiempos deciden la asunción de Blázquez como el rostro más digno y adecuado, la respuesta más acorde para un ambiente eclesial donde no se entiende lo que significan "valores no negociables" y se aplaude una supuesta teología "hecha de rodillas" que induce a la confusión acerca de la doctrina sobre la indisolubilidad del matrimonio.
Si hace seis años, Ricardo Blázquez, nuevo presidente de la Conferencia Episcopal Española, parecía significar la resignación y el cardenal Rouco la única gleba fecunda ante las políticas laicistas del Ejecutivo, los nuevos tiempos políticos y eclesiales deciden la asunción de Blázquez como el rostro más digno y adecuado, la respuesta más acorde para un paisaje político de solapado laicismo y un ambiente eclesial donde no se entiende lo que significan "valores no negociables" y se aplaude una supuesta teología de nuevo cuño, "hecha de rodillas", que induce a la confusión acerca de la doctrina sobre la indisolubilidad del matrimonio.
Sin duda, Rouco asumía el perfil de la indocilidad intelectual y moral ante la mala voluntad y torpeza política, donde la ausencia del diálogo y de mutua colaboración entre Iglesia y Estado se agravaba con una política de permanente hostigamiento hacia la jerarquía católica. Pero no hay que engañarse, los males que de modo profético Rouco denuncia, aquellas leyes insalubres capaces de violar los principios innegociables de la vida y del bien común siguen lesionándose gravemente en la actualidad.
En el discurso inaugural de la CIII Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Rouco ha justificado la intervención pública de la Iglesia con el fin de colaborar a la justa ordenación de la vida social, puesto que el Evangelio no se superpone a la vida humana, sino que constituye "la luz interior de lo humano", es decir, que la propuesta moral del Evangelio dignifica y eleva la vida individual y colectiva.
Este es un asunto crucial para comprender el avance real de la sociedad. Cuando el matrimonio y la familia "no son reconocidos ni protegidos por la sociedad ni por las leyes de modo adecuado", la Iglesia ha de prestar su ayuda con su palabra y con su vida. Ahora bien, la predicación moral es palabrería vacua en caso de una actitud negativa respecto al derecho, lo mismo que éste resulta fatuo cuando sus instituciones se separan de sus fines morales. Ante la "agudización" de la crisis social y legal del matrimonio y la familia, la Iglesia alzará su voz, pero sólo lo hará con esperanza en la medida en que la ley encarne, aunque no agote, el bien y limite el mal, algo que en la actualidad no realiza.
El derecho elimina el equilibrio necesario entre libertad individual y bien común cuando exalta la libertad en beneficio de intereses particulares que lesionan el bien común, que no es necesariamente el bien de todos. Cuando una ley positiva, como la ley del matrimonio homosexual, es contraria a la realización moral del bien, esa ley no responde a las exigencias esenciales del derecho, y el interés jurídico respecto de tal ley será su revocación.
Lo mismo se podría decir respecto del aborto. Cada persona, desde el momento mismo de la concepción, tiene derecho a existir, un derecho inútil cuando la libertad individual pretende ser el principio definidor del derecho y cuando además su realización depende de la arbitrariedad y la coyuntura política incapaz de reconocer que el derecho efectivo está obligado a salvaguardar las condiciones de su realización, salvaguardar el derecho a la vida. El Estado renuncia a conservar los fundamentos de la vida común cuando no tutela el bien del matrimonio y la familia, cuando no protege la vida humana.
El futuro no es fácil, ni para la Iglesia ni para el Estado. El discurso del cardenal Rouco, lejos de ser poco vigoroso para el siglo XXI, alarmista y estigmatizador, se presenta como altamente profético cuando diagnostica la cultura posmoralista y "postcristiana" que colonizan los nuevos tiempos. Vivimos subyugados por una ética débil y mínima, dirigidos por una sociedad estimuladora de lo inmediato, de una felicidad intimista y una exaltación del ego, irrigada por el bienestar y los derechos subjetivos: derecho al concubinato, derecho a la separación, derecho a la contracepción, derecho a la maternidad fuera del matrimonio, derecho a elegir el sexo del hijo, derecho a establecer nuevos consensos sobre el cuerpo, la vida y la muerte, derecho de los medios de comunicación social a organizar nuestras vidas desde el snobismo, la manipulación y la impostura.
La tarea de la Iglesia, que se llama misión, no puede cerrar los ojos para construir el futuro a la realidad del presente. La digna salida de Rouco por edad y cumplimiento de los plazos y la inanidad de la elección de Blázquez como nuevo presidente de la Conferencia Episcopal Española no significan sino un cambio en las formas, porque el contenido sigue siendo el mismo: la propuesta ideal de la virtud y de la santidad, la norma de Jesucristo como única felicidad y salvación para el hombre.
Roberto Esteban Duque