Una de las razones por las que estalló la I Guerra mundial fue la carrera de armamentos entre las grandes potencias. La explicación es muy sencilla: nadie confiaba en el otro. El Imperio Austro-Húngaro, Prusia, Francia, Rusia e Inglaterra acumulaban armas y hombres por miedo a lo que haría el contrario. Así, unos por otros, llegó un momento en que las potencias europeas estaban saturadas de armas y regimientos a las que urgía proporcionarles algo que hacer. Y se lo proporcionaron. Lo de menos fue la mecha que provocó el estallido. O sea, como ocurre ahora mismo.
En los años previos a la Gran Guerra, surgió, además, lo que hoy llamaríamos el complejo industrial-militar. En el que participamos todos, dicho sea de paso. Por ejemplo, participa la empresa Construcciones Aeronáuticas o gamesa, participada por el BBVA e Iberdrola. Una industria que comienza a ser la clave de toda la investigación tecnológica (hoy, 3 de cada cinco científicos en el mundo se dedican a la fabricación de armamento), de muchos presupuestos estatales y de buena parte de los activos negociados en el mercado financiero. Hoy estamos en las mismas, sólo que la industria armamentista se ha multiplicado.
Más similitudes. La Primera Guerra Mundial iba a ser rápida y limitada. Al final, fue larga y total. Larga, porque a los primeros avances siguió la interminable guerra de trincheras. Pero fue, sobre todo, una guerra total, en la que, por vez primera, intervienen los civiles. En Europa se había popularizada, al menos en buena parte del Continente, la democracia parlamentaria, donde todo el poder se jugaba en elecciones libres. Y eso está muy bien, pero resulta que también el militarismo, la agresividad y la guerra dependían de ese voto. Por tanto, con la Gran Guerra, comienzan los bombardeos a civiles, pues hay que desmoralizar a la opinión pública enemiga. Los bombardeos de la II Guerra Mundial sobre las ciudades alemanas o el mismo lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki responden a esa misma convicción: la guerra ya no es cosa de un ejército, sino de toda la sociedad: machaquemos a la sociedad, sin distinguir entre militares y civiles.
En el siglo XIX nadie se hubiese atrevido, nadie se hubiera planteado el bombardeo de civiles. En el XX sí, y en el XXI seguimos en las mismas. De hecho, el terrorismo es hijo de esta concepción. El terrorista se esconde en la sociedad civil, puede ser su amable vecino de al lado, y el terrorista busca víctimas civiles. Ben Laden lanzó sus aviones contra el pentágono pero también contra dos rascacielos de oficinas. El enemigo de Ben Laden no es el Ejército norteamericano: son los 250 millones de norteamericanos. Incluidos mujeres, niños, etc.
Lo mismo hacen los terroristas palestinos y lo mismo han comenzado a hacer las fuerzas de seguridad israelíes. Lo mismo amenaza con hacer George Bush, a quien Sadam Husein, por muchos medios, colocará miles de escudos humanos. Bush también tiene su parte de culpa: dice estar luchando contra un terrorista pero responde con un ejército. Pues no: a los terroristas, grupos o pequeños grupos de activistas, se les combate con policías, no con soldados. Lo otro es matar moscas a cañonazos.
Al final, George Bush ha obtenido el apoyo de Jacques Chirac y de Tony Blair. Y si no ha conseguido el visto bueno alemán es porque los socialdemócratas convirtieron su desdén hacia Washington en argumento electoral. En cualquier caso, todo Occidente acepta los argumentos de Washington. Son los mismos argumentos que convierten el arte de la política en el arte de la guerra, y que desencadenan procesos que nadie puede controlar. La crisis del modernismo surge en 1918, a la vista de los horrores de la Primera Guerra Mundial. Lo que ocurre es que es que el modernismo continúa en crisis, casi un siglo después. No tiene respuestas. Y así, de la guerra lenta, hemos pasado a la guerra total (con civiles incluidos) y ahora caminamos hacia una guerra total pero también global, que es lo más grave.
En cualquier caso, la situación actual se caracteriza por la incertidumbre, siempre peor que la desgracia, y por la desconfianza ente Oriente y Occidente, algo mucho más negativo que la guerra. Hay mucho aprendiz de brujo suelto.