Sr. Director:
El Dr. Alexis Carrel, Premio Nobel de Medicina en 1912, es suficientemente conocido en todo el mundo. Se destacó en cirugía vascular debido al empleo de técnicas originales.

 

Realizó injertos y trasplantes de órganos y puede considerársele como un pionero de los avances médicos conseguidos, actualmente, en este campo. El Dr. Carrel destacó, igualmente, en el campo del pensamiento y del humanismo. Escribió una obra muy difundida: La incógnita del hombre.

El Dr. Carrel fue testigo de una curación extraordinaria en Lourdes y su honradez profesional le llevó a manifestar públicamente este hecho ante el escándalo de la medicina oficial que le cerró las puertas. Amargado por la reacción de sus colegas marchó a Canadá con la idea de dedicarse a algo distinto pero, finalmente, reanudó su trabajo en Chicago, obteniendo, más tarde, el Premio Nobel de Medicina.

Es posible que exista un desconocimiento bastante generalizado sobre un libro escrito por el Dr. Carrel, titulado Viaje a Lourdes, cuando tenía treinta años. Efectuó un viaje a esta población debido a circunstancias fortuitas ya que sustituyó a un médico que debía intervenir como profesional en una peregrinación organizada. A pesar de que no le atraía la idea de realizar el viaje mezclado con peregrinos, se unió a ellos llevando su cámara fotográfica y un registro para las observaciones.

Alexis Carrel era, entonces, un hombre absorbido totalmente por sus estudios científicos y con el espíritu seducido por la crítica alemana por lo que estaba convencido de que la certidumbre no se hallaba fuera del método positivo. Había abandonado toda creencia religiosa y se había refugiado en un suave escepticismo. A él se deben estas palabras: Yo, en un principio fui católico sincero; después, estoico; más tarde, kantiano, y a continuación, caí en el escepticismo absoluto. Cada vez he sido más desgraciado. El catolicismo que, por desdicha, no comprendí, es lo que más me satisfacía. Más ahora me encuentro solo en la oscuridad. Los sistemas puramente intelectuales no existen. ¿Qué importan todas las teorías ante la vida y la muerte? Para nuestra verdadera vida no necesitamos ciencia sino alma y creencias.

No podía suponer Carrel que iba a presenciar un suceso que marcaría su vida. Con asombro y perplejidad pudo comprobar cómo una enferma de peritonitis tuberculosa y a punto de morir, sanó casi instantáneamente. Causó tal impacto en él, experimentó tal conmoción ante el milagro sucedido ante sus ojos de incrédulo, que sintió la necesidad de aislarse durante un tiempo. Marchó a una zona montañosa y escribió sus impresiones personales. A partir de esa experiencia, el santuario de Lourdes ejerció sobre él una atracción irresistible. Comenzó a notar unos auténticos anhelos de verdad y su conversión se fue fraguando. Qué gran honradez y que auténtica búsqueda se dio en este hombre relevante. Fue consciente de que el ser humano se autodestruye cuando se aleja de la realidad, cuando vive ignorando a su Creador. Si llega a superar esta crisis asume su mejor papel, se potencia a sí mismo como persona.

En la sociedad actual estamos comprobando cómo muchos seres humanos se autodestruyen, individual o colectivamente, mediante la droga, el mal uso y abuso del sexo, la disolución de la familia por la potenciación del divorcio, la aniquilación de la vida a través del aborto y de la eutanasia, la multiplicación de la violencia, etc.  Toda una serie de males afligen a nuestra civilizada sociedad;  se ha querido desnaturalizar y corromper al ser humano de una manera absurda e inconsciente. Y la naturaleza pasa factura.

A modo de ejemplo, nos encontramos con la cuestión de la planificación familiar, tan difundida y enaltecida desde hace tantos años. Algunos países ya comenzaron una vuelta atrás, hace tiempo, al comprobar lo que sucedería en un futuro próximo: la falta de nacimientos y el incremento del  número de personas mayores podía desembocar en algo muy serio. Países que están en la primera línea del avance científico y técnico podrían  llegar a desaparecer o empequeñecerse notablemente, todo es cuestión de tiempo. Es una destrucción lenta pero inexorable y, ante este hecho,  se comenzaron a tomar medidas contrarias  a las adoptadas hace años con la finalidad de fomentar la natalidad.

En 1938, Carrel escribió estos párrafos a bordo del Queen Mary: Hay que acometer la empresa de rehacer al hombre, de rehacer nuestro mundo a fin de que vuelva a ser posible la vida. Lo que nosotros queremos hacer no es una obra intelectual, ni pretendemos crear ningún nuevo sistema filosófico. Es una acción, un trabajo concreto, una construcción, algo que se desplegará y tomará forma solo viviendo. Existen dos cosas en esta empresa: los motivos que nos empujan a realizarla y los caminos en que nos hará entrar nuestra inteligencia. Estos motivos son el impulso indispensable, el miedo a la catástrofe y el deseo de felicidad y de paz. En algunos, el deseo de cumplir la voluntad de Dios, el amor y la necesidad de unir nuestra voluntad con la de Él.

Carlota Sedeño Martínez