Occidente tiene dos enemigos económicos: los ecologistas de dentro y la OPEP de fuera. Los países exportadores de petróleo, compuesto por 11 dictaduras o semidictaduras han decidido reducir la producción de crudo en 1 millón de barriles, dado que están muy preocupados porque el precio del crudo apenas dobla el de hace un año, y eso no puede ser. Ni que decir tiene, que la duplicación del barril, y con ello de los ingresos, no ha servido para que las poblaciones de, pongamos por caso, Indonesa o Venezuela, hayan mejorado su nivel de vida: siguen viviendo en la miseria pero, a cambio, sus tiranos son mucho más ricos y más temidos.
Ahora, Occidente ha puesto de moda el gas, especialmente como combustible fósil con el que obtener electricidad. Es una opción política, dado que es políticamente correcta porque el gas contamina menos que el fuel como productor de electricidad, pero somete a todo el mundo libre a un chantaje aún peor que el de la OPEP, al putin-chantaje ruso e iraní, que pretenden crear un remedo de la OPEP, que sería la OPEG, o Países Productores y Exportadores de Gas, aún más concentrado que el del petróleo.
Por eso, la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno que se celebra en Lahti (Finlandia), ha sido invitado el Vito Corleone moscovita, señor Putin
Ahora bien, el principal culpable de la dependencia energética de Occidente no es Putin ni la OPEP, sino el propio Occidente, y en concreto la atmósfera imperante: la ecotristeza.
No hay nada más lánguido que la ecología, ni más triste que el vegetarianismo, en permanente queja por el planeta que está a punto de destruirse y por toda mejora en el nivel de vida del pueblo, mejoras que el ecologismo considera que ineludiblemente atentan contra la capa de ozono o, la biodiversidad o el provenir del planeta Tierra. El ecologismo es un verdadero cáncer que eternizaría al hombre en la caverna. El ecologismo reproduce el viejo esquema: No es posible que todo lo que me gusta sea pecado o produzca colesterol. Ninguna exageración: la Comisión Europea acaba de aprobar un plan para ahorrar energía: un 20% del consumo, y todos asentimos ante tan estupenda idea. Ahora bien, ¿por qué es malo que la gente consuma más energía si consumir energía es una muestra de progreso y de que los europeos viven mejor que antes? Pues porque se ha impuesto el sadomasoquismo ecologista.
El ecologismo no sólo es enormemente triste sino mentiroso. No sólo es ecotriste sino que es ecologeta. Verbigracia: el gran culpable del deterioro de la capa de ozono no es la producción de electricidad, clave para el desarrollo de una sociedad, sino el transporte, es decir, el coche. La producción energética, especialmente de electricidad, no alcanza ni el 18% de la emisión de gases contaminantes, mientras el automóvil en el que se trasladan incluso los ecologetas, es responsable de bastante más del 50%. No reduzcan la producción de energía, sino el uso del automóvil.
Y tampoco, porque lo que hay que hacer no es producir menos, sino más, y que el genio humano elabore energías menos dañinas y más renovables, como el hidrógeno y el biodiesel, para alimentar el transporte, que tampoco es malo en sí mismo, sino otra muestra espléndida de la inteligencia humana y culpable en buena parte de la mejora de la calidad de vida.
Además, la energía tiene que ser en primer lugar barata, para que los pobres puedan acceder a ella; en segundo lugar, muy en segundo lugar, verde. Porque la vida en la selva puede resultar muy románica en las novelas, pero en la selva real la gente pasa hambre y frío.
Con la energía ocurre igual que con la amenaza islámica. El problema no está en el Islam, sino en un Occidente que ha dejado de creer en nada. Con la energía, es el imperio del ecologismo en Occidente lo que inmoviliza la capacidad creadora del hombre para producir más energía manteniendo la redicha sostenibilidad. Y por culpa de los ecotristes, la OPEG o Vladimir Putin pueden chantajearnos y continuar chantajeando a las democracias occidentales y oprimiendo a sus ciudadanos.
Eulogio López