La gente no tiene miedo al terrorismo, sino a la delincuencia. No se puede tener miedo a Ben Laden, pero sí a la banda de rumanos, dirigida por un menor, sí por un menor, que ha sido detenida por la policía tras asaltar 200 chalet en Madrid. A Ben Laden no se le puede tener miedo porque vive muy lejos, y aunque sus terminales ideológicas hayan asesinado a 192 personas en España, no le conocemos y sabemos que, estadísticamente hablando, el daño que nos puede hacer es mínimo.
Al delincuente, además, le tenemos mucho más miedo porque sabemos que nuestro actual sistema jurídico no nos protege en absoluto y que sólo con nuestros propios medios podemos luchar contra la delincuencia.
Dos semanas atrás, un banquero circulaba por la céntrica calle madrileña de Juan Bravo. Llevaba la americana en el brazo porque hacía calor, cuando dos adolescentes pasaron en una moto e intentaron llevársela. El banquero se resiste y la americana acaba enredada en la rueda trasera del vehículo. Los dos rateros acaban en el suelo. Uno de ellos emprende la huida, el otro aún forcejea por el botín. Gana el banquero, que, además, recibe ayuda del público : nada más fácil que retener al mocoso entre varios, así como la moto, quizás el tesoro más barato de los delincuentes, y avisar a la policía. Al final, el banquero decide que no. Ya ha tenido una experiencia anterior y sabe que la denuncia no va a hacer otra cosa que complicarle la existencia. Total: deja marchar al muchacho que, seguramente, volverá a intentarlo horas después.
La delincuencia común, no la ideológica, es la que produce miedo. Ahora bien, Ben Laden, el terrorismo y la guerra no producen miedo, pero generan odio. Generan, sobre todo, cobardía y algo peor: Síndrome de Estocolmo, uno de los fenómenos más curiosos de las sociedades contemporáneas. Fundamentalitas islámicos asesinan a 192 personas en Madrid el 11 de marzo y las encuestas electorales quedan anuladas: el perdedor, el PSOE, se convierte en ganador y el Partido Popular pasa a ser la formación política más odiada. La mayoría de los españoles no se vuelven contra el asesino Ben Laden, sino contra el próximo, Aznar, al que consideran responsable. El secuestrado trata de encontrar virtudes en el secuestrador.
Ya han pasado unos cuantos días. Es decir, nos encontramos a distancia prudencial como para referirme a Kenneth Bigley, el ingeniero británico brutalmente asesinado por un grupo islámico iraquí. Horas después de conocerse su triste final, el hermano llamaba asesino, no a sus secuestradores, sino al primer ministro británico Tony Blair, el mismo que había intentado liberarle con un truco de última hora. Los verdaderos asesinos eran, simplemente, un elemento más del drama.
Y lo mismo ocurre con nuestras actuales relaciones con Francia. Rafael Vera, aquel secretario de Estado de Felipe González condenado por la trama GAL, afirma que la detención de la cúpula etarra en Francia se debe a las buenas relaciones que hemos establecido con el país vecino tras la caída del PP y la llegada de Zapatero al poder. Lo de menos es que eso sea verdad o no, que supongo no lo es. Lo de más es la lógica demoníaca del Síndrome del Estocolmo : hay que estarle agradecidos a Francia por ayudarnos a detener terroristas. Como si la obligación moral de un país democrático y socio en la Unión Europea no fuera el de ayudar a otro país democrático de la Unión a detener a unos terroristas que, por lo demás, si alguna vez consiguieran sus propósitos separatistas en España seguirían con las llamadas provincias vasco-francesas.
Y quizás lo más grave de todo es que unas declaraciones como las de Vera, y antes las de Pascual Maragall, ya ni no asombran: el Síndrome de Estocolmo se ha apoderado de nosotros. Y es que volvemos al eterno problema de confundir causa y culpa o, para ser más exactos, al causante con el culpable. Aznar puede ser el causante del 11-M, pero no el culpable. El culpable, o culpables, es el asesino, o asesinos, que colocó las bombas.
Pero hay más. Muchos españoles están deseosos de que Pedro José Ramírez (responsable de este tipo de tareas) consiga descubrir que ETA estaba detrás del 11-M. Muchos no pierden la esperanza de que el verdadero culpable sea, precisamente ETA. Muchos en la derecha, claro, tanto política como periodística. Enfrente, el PSOE estaría dispuesto a otro atentado con tal de ratificar que el culpable es Ben Laden, ergo, por mor del Síndrome de Estocolmo, el asesino de las 192 víctimas fue Aznar, que apoyó a Washington en la guerra (más bien en la postguerra) de Iraq. Las víctimas se han convertido en un elemento de lucha política y la verdad es que sólo le importa al Padre Eterno. Y al final, no lo duden, ambos grupos de canallas tendrán toda la razón: porque si bien fue la nebulosa Al Qaeda, es decir, el fundamentalismo islámico, la mano asesina, no es menos cierto que todos los grupos terroristas del mundo están unidos por un mismo espíritu y mantienen entre ellos relaciones de colaboración o, cuando menos, de comprensión mutua. Así, ambos bandos lograrán mantener vivo el infundio : los unos justificarán porque perdieron las elecciones y los otros desviarán la atención sobre lo que verdaderamente les preocupa: haber llegado al poder gracias a 192 homicidios.
Y ni a uno ni a otro le preocupa que el 14-M, no el 11-M, en España se perdió la gran batalla contra el terrorismo: los malos, esto es, los terroristas, consiguieron demostrar que el asesinato es políticamente y socialmente rentable, consiguieron cambiar un Gobierno y romper una coalición internacional.
La delincuencia provoca miedo, pero el miedo no es condenable. El terrorismo, por la vía del Síndrome de Estocolmo, provoca odio, que es mucho peor y más dañino.
Eulogio López