Advertencia previa: nada más emitir el presente artículo me retiraré a Las Batuecas, donde no dispondré de cobertura telefónica ni internetera. Pasaré allí los próximos dos siglos, aislado del mundo, no podré escuchar las protestas de mis buenos amigos miembros del Opus Dei, entidad por la que sólo siento admiración y, lo que es más importante, gratitud. Y dicho esto…
Hoy, 26 de junio, se cumplen 32 años de la muerte de José María Escrivá de Balaguer, fundador de la Obra, allá por el año 1928. Fíjense si sería un hombre de Dios, creador de una obra de Dios, que pocos años después de su estreno, el Opus ya era masacrado por tirios y troyanos. En el mundo clerical donde nació eso de que los laicos aspiraran a la santidad sonaba herético, y en el mundo en el que se desarrolló el tinglado pretender que los laicos rezaran el rosario era un claro síntoma de clericalismo fascista. Si a eso le unimos los copiosos frutos cosechados, y la enemiga que se causó en los ambientes de la propia Iglesia… no lo duden: el Opus es Dei.
Ahora bien, tres décadas después de la muerte en Roma de su fundador, en mi opinión -insisto que cuando este artículo se emita estaré incomunicado en la cuarta dimensión-, en la actualidad, lo digo con profunda pena, el Opus Dei ha entrado en crisis. Lo cual representa un considerable desastre para la Iglesia. Se me podrá decir que el que tuvo, retuvo, que, ciertamente, más útil le es a la Iglesia –y esto es lo que importa- una Obra en crisis que otras obras en esplendor, pero seguramente ese sería un triste consuelo.
¿Y en qué consiste la puñetera crisis? La pregunta tiene su enjundia, porque no hay cosa más tonta que un comecuras intentado encontrar el porqué de una crisis en una institución cristiana, y no quisiera yo caer en esa fosa. Pero me atrevería a resumir el diagnóstico en una sola palabra: mundanización. Esa es la causa, creo, por la que han descendido las vocaciones en el Opus Dei, especialmente en Europa, especialmente en España. No olvidamos que la obra es universal, sí, pero también un invento español realizado por españoles, y eso deja huella.
Mundanización: predicaba San Jose María la santificación del mundo y, por ello, era lógico que la crisis posterior a su muerte llegara por la vía de la mundanización de los santos. Falta vibración apostólica en el Opus Dei actual y sobran criterios mundanos. Se lo voy a explicar con una anécdota menor pero que considero ilustrativa:
Recientemente estuve con un acreditado miembro del Opus Dei, tan viejo como yo, en un acto académico que no viene al caso. De repente, el susodicho me señala a una chica de no desagradable aspecto, y me dice: "Mira, ha venido alguien importante". Hasta tres veces, a lo largo del acto, me enalteció la relevancia del personaje. Resultó ser una nueva famosa de la televisión presentadora de un espacio informativo de mucho tronío y en cualquier caso… famosa. Ese era el personaje importante para un numerario del Opus Dei. Y lo decía, a pesar de que, a nuestro alrededor, pululaban personajes egregios en sus disciplinas científicas o humanísticas, cerebros bien amueblados, tipos masculinos y femeninos con el corazón aún más grande que la cabeza, entre ellos algún verdadero sabio y algún cristiano verdadero. Mi contertulio sabía todo eso, naturalmente, pero sólo otorgó importancia a quien el mundo se lo habría otorgado: a la famosa de la tele. Los otros podían tener su relevancia, sí, pero eran desconocidos por el gran público.
Para santificar el mundo, supongo, no hay que dejarse invadir por los criterios mundanos.
Por cierto, la terapia es muy sencilla: volver a San Jose María, en lugar de interpretarle y actualizarle. Créanme: los santos no necesitan actualización alguna. Ningún reformador religioso –clérigo o laico- inventó nada. Los grandes de reformadores de la historia sólo fueron originales: es decir, regresaron al origen, al fundador.
Eulogio López