Tiene razón mi buen amigo, el sacerdote madrileño Miguel Revilla, cuando habla de curas en la picota. Incluso podría añadir la triple calumnia de los viejos párrocos, que forman ya parte del acerbo nacional español:
1. Está liado con la criada que acude al rosario de la tarde.
2. Utiliza el dinero del cepillo para comprarse el coche.
3. Ha vendido los cuadros de la Iglesia.
Ahora bien, don Miguel, como uno es laico y no tiende al corporativismo, déjeme añadir lo que no es calumnia sino difamación... porque es cierto: los curas de hoy sienten terror a sentarse en el confesionario.
Lógico, porque la cabina no es sino un potro de tortura. Sólo los idiotas pueden pensar que a alguien le agrade escuchar las miserias ajenas con el pequeño añadido de la legión de penitentes que identifican la penitencia con un juicio en el que se tiene derecho a abogado defensor y en el que se deben interponer todas las excusas posibles para salir bien del lance. Y eso que en el juicio divino se perdona, no se condena a quien confiesa la culpa y la única condición consiste es arrepentirse de los pecados.
Pues bien, los confesionarios están vacíos y si un penitente quiere acudir al sacramento de la reconciliación deberá recorrerse varios templos antes de encontrar un sacerdote disponible a ser el intermediario de esa reconciliación. En concreto, la extendida costumbre de no confesar durante las misas ha dado en el tragicómico espectáculo de la confesión-exprés, dado que el sacerdote se sienta diez minutos antes de comenzar la eucaristía y actúa, forzado por el tiempo, con más diligencia que rigor y más burocracia que clemencia.
Pero insisto, don Miguel, esto es difamación, no calumnia.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com.