El problema del Papa actual, es que, al igual que su predecesor, Juan Pablo II, es un profeta. Y los profetas resultan muy molestos, porque no adivinan el futuro sino que describen el presente, lo cual fastidia muchísimo más, claro está.
Benedicto XVI es uno de los intelectuales convencidos de que faltan profetas. El Pontífice define así esa figura tan esquiva: "El profeta no es alguien que predice el futuro… el profeta es aquel que dice la verdad porque está en contacto con Dios y de lo que se trata es de la verdad válida para hoy, que naturalmente también ilumina el futuro".
¿Y qué distingue al profeta de los demás? Responde el Papa, con referencia a Moisés, digamos el archiprofeta: "Sostengo que el punto decisivo, siempre según el Deuteronomio consiste en el hecho de que Moisés hablaba con Dios". Es decir, aclara el Pontífice: "conversar con Él como con un amigo". Este es el asunto, que el hombre le habla a Dios… ¡y Dios responde!
Esta va a ser una de las claves de la JMJ porque es una de las claves del pontificado de Benedicto XVI. Nada más y nada menos que la oración, hablando con Dios como con un amigo, como Don Camilo, el inolvidable personaje de Guareschi, hablaba con el Cristo del altar Mayor, como un amigo, con quien disputaba y bromeaba… ¡y Dios le respondía!
Eulogio López
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