No soy experto en calcular multitudes pero sí, podía haber 1 millón de personas en El aeródromo de Cuatro Vientos, en Madrid. Todo para escuchar a un anciano de 84 años de edad hablar de Dios. Y la inmensa mayoría de ese millón de seres humanos eran jóvenes.
Eso sí, ese millón de peregrinos que han logrado llegar al Aeródromo de Cuatro Vientos seguramente se han liberado de la cuarta parte de todo su purgatorio pendiente. La mayor parte del camino hay que hacerlo a pié, para llega a una explanada donde el color verde ha desaparecido y el polvo terroso es levantado por los pies de la multitud justo hasta la altura de la cabeza en la que el sol ataca a 40 grados. Dependiendo del Estado del paciente, la reducción de pena seguramente sería mayor.
Es más, si a eso de las 18,30, horas local española, 90 minutos antes del comienzo de acto, una nube enviada por los santos patronos de la JMJ –seguro que fueron ellos- no se hubiera interpuesto entre el puñetero Lorenzo y los asistentes, es muy probable que hubiese ocurrido algo gordo y no necesariamente bueno.
El segundo factor es lo que ya califiqué como caos creativo de las organizaciones católicas. La confianza de los hombres de fé en la Providencia es tan profunda que olvidan el españolísimo a Dios rogando y con el mazo dando. Si en lugar de católicos se hubiera tratado asistentes a un concurso de rock la tragedia habría estado asegurando. Pero es lo que tiene los cristianos: que no el público de rock.
¿Seguridad? También queda en manos del Espíritu Santo. Especialmente la seguridad del Pontífice, gente muy rara, convencidos de que la vida está en manos de Dios. Razas, nacionalidades, distintas culturas, distintos colores, todos con un objetivo común. El detallazo de colcoar una sola entrada –una sola salida- resulta, asimismo, muy reseñable.
El último elemento organizativo lo pone le inefable arquitecto de altares papales Ignacio Vicens, esteta eminentemente progresista, empeñado en conseguir el primer papa Negro. No me refiero a un oriundo del continente africano sino a un Papa tan blanco como el germano Benedicto XVI sólo que calcinado por el calor. Bueno, un Papa negro y una curia con quemadores a hasta en los solideos.
Por cierto, las dos secciones 1 y 2, de las de los vips, estaban vacías. Eran las más próximas al altar-crematorio de Vicens… y el más vacío. Los jóvenes y los no enchufados estaban más atrás, mucho más legres y abarrotando el espacio que les habían asignado. No, al Papa no le interesa el poder.
Al final, los organizadores decidieron utilizar las zonas vips con los pobres, como en la parábola de los invitados a la boda. De los dignos digo, que no de los indignados.
¿Objetivo de la vigilia? Palabra y eucaristía, mejor, adoración al Santísimo Sacramento. Al parecer, eso de la fé común resulta interesante. Y después de todo el caos, resulta que el Papa llega tarde. Lógico, antes ha ido a visitar a los disminuidos psíquicos y físicos del Instituto San José.
Le recibe Gonzalo: "Santidad: nací sordo y al borde de la muerte… La soledad que siento en mi interior a veces me desanima". Como sordo que soy me he sentido concernido. ¿Cómo consiguió Gonzalo salir adelante? Pues gracias al amor de sus padres, que, al parecer no eran partidarios de las pruebas de la amniocentesis.
Le respondió Benedicto XVI. Por cierto, no le he visto tan emocionado como cuando abrazaba a minusválidos, paralíticos cerebrales, disminuidos psíquicos y signa contando, etc. El Papa estaba a punto de llorar. Y se lo dijo: "Cada vida humana lleva la impronta divina grabada en el rostro de los hombres". Además, "desde la redención, el rostro de Dios se deja ver en el rostro del que padece. Vosotros contribuís a edificar la civilización del amor". Y para concluir –a Benedicto XVI le gustan los discursos cortos-: "Una sociedad que no acepta al que sufre no es una sociedad humana". Muy cierto: el que sufre es molesto, es una carga, es débil… y a la sociedad del siglo XXI no le gustan los débiles.
Finalmente, llega la vigilia del sábado de Benedicto XVI con los jóvenes. La noche comienza con el himno de la Jornada Mundial de la Juventud: Firmes en la fé. Más alegre que pegadizo y de cierta factura. El entusiasmo de los jóvenes alegra el ánimo de un Benedicto XVI con aspecto agotado tras el maratón de los últimos días.
Por fin, Benedicto XVI comienza hablar… y entonces llega el diluvio, más bien imprevisto por Vicens. Pero nuestro artista tiene solución por todo: en efecto, entre cuatro clérigos colocan otros tantos paraguas alrededor del sitial de Pedro y le tapan de cabeza pies. A este tipo le voy a contratar para hacer obras en el baño de mi casa.
Pero la gente anda demasiado feliz como para que el chaparrón les arruine la fiesta en el mayor descampado de la capital de España. Benedicto XVI tiene una ironía que más que alemana parece británica: vuestra resistencia puede con todo".
Tras la ventolera húmeda, finalmente, Benedicto XVI recomienza pero la enorme y desnuda plataforma ha quedado dañada y Seguridad exige retirar a Benedicto XVI. La confusión es grande.
Es igual, tras un acto interrumpido, llega la segunda parte: la adoración al Santísimo Sacramento. El papa, con una fortaleza que yo no tendrá a sus años, se hinca ante el Santísimo y toda la multitud hace lo propio sobre la tierra mojada de Cuatro Vientos. Un silencio impresionante llena la macroconcentración habida en Madrid en mucho tiempo. Nadie dice nada, el Papa reza y la multitud se inclina ante su Creador.
¿Seguro que vivimos tiempos de post-cristianismo? Un millón de jóvenes de todo el mundo están convencidos de que un pedazo de pan estará el Creador del Universo.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com