El primer ministro japonés repite en Japón, Junichiro Koizumi, repite en Japón, y con una mayoría mucha más holgada, desde luego absoluta. Y eso que cuando hace dos meses convocó elecciones anticipadas muchos aseguraron el fin de su carrera política.
Koizumi quería privatizar Correos y, sobre todo, lo que en España llamaríamos la Caja Postal, esas entidades tan particulares que en todo el mundo, siempre se han ligado al servicio postal, dado que el Correo ha servido, desde su creación misma, para trasmitir ideas, sentimientos y dinero.
El nacional capitalismo japonés, de fronteras cerradas y furia exportadora, sobrevivió la II Guerra Mundial a través del Partido Liberal Democrático, que jamás abandonó su espíritu nacionalista. Japón vivió en 1945 la catarsis que hoy vive China: un país sin libertad política pero con libertad económica: es decir, un país sin libertad. En Japón, eso sí, se impuso la democracia parlamentaria tras la ocupación norteamericana, aunque una democracia, digámoslo así, semivigilada.
Pero hoy los vientos son otros: se cambia el nacional-capitalismo por el global-capitalismo, cuyos dogmas son: privatización de empresas, supremacía de los mercados emergentes, competitividad basada en sueldos bajos y fronteras abiertas para productos y servicios, aunque no para personas. Así que Kouzumi no hizo más que aplicar los mandamientos del globalcapitalismo y privatizar correos. Los partidarios del nacional-capitalismo se rebelaron y, en su propio partido, tuvo una escisión. Koizumi se la jugó y venció: el G-C se opuso al N-C.
Es la misma lucha que se libra en la economía norteamericana o en la europea. Pero no se engañen: nacional o global, todo es capitalismo. Y hasta estoy dispuesto a reconocer que el capitalismo sea bueno, pero sigue siendo poco, muy poco, para llenar la vida de una sociedad o de los que es más importante, de un ser humano. La muestra la tienen ustedes en el turismo japonés que recorre Occidente, que está marcado por el consumismo. Insisto, ni tan siquiera por el ocio sandunguero o por el simple aburrimiento, sino por las compras compulsivas.
Eulogio López