De inmediato, la profesionalidad del claustro se puso en marcha. Con celeridad y eficiencia, enviaron notas a los padres -especialmente a los padres de la niñas- explicando que el riesgo de embarazo -nunca he comprendido por qué el embarazo es un riesgo- era alto, y que ponían a su servicio un elenco de medidas, entre las que se encontraba la píldora abortiva -aborto químico-. O los abortorios más acreditaros -aborto quirúrgico-.
El hecho en sí no merecía ninguna autocrítica por partido del loable claustro de profesores, ni tampoco ninguna advertencia a los padres que han educado a esas maravillas. Es cierto que las calles y los medios informativos huelen a semen y que a los padres se les ha privado de las hermanitas para cuidar a sus hijos, pero también es verdad que muchos padres pecan de omisión, prefieren no enfrentarse a sus hijos, cuando no les tienen miedo.
La plaga de la lascivia, sobre todo a través de la pornografía ambiental y de las teleseries, viene la plaga de la homosexualidad, ésta fomenta en alto grado la pedofilia -fíjense si será cierto que ésta es la evidencia que con más ardor niega el lobby homosexual-, y de la pederastia al incesto. En paralelo, una corriente de machismo y feminismo, dos extremos de un mismo péndulo venenoso, se encargan de amortiguar la carga de culpa, bien para negar que la separación entre sexo y amor es inmoral o bien para negar que el divorcio entre sexo y procreación produce acidia, o sea, tristeza sin límites.
Y es que el origen de todos los males siempre es la cobardía. Cobardía de los adolescentes para no atreverse a remar contra corriente, a ser puros, que es la única forma de entregarse luego a otro-a, cobardía de los profesores para no meterse en líos, cobardía de los medios que ofrecen modelos aberrantes, saben que son aberrantes, pero necesitan mantener la audiencia, cobardía de los padres, incapaces de enfrentarse a sus hijos para no darse un mal rato.
En el entretanto, como describe el magnífico artículo publicado en Aceprensa, la experiencia demuestra que a mayor "educación sexual" -más bien, genital- mayor despelote sexual, más embarazos no deseados, más aborto. Que no, que lo que hay que cortar es la promiscuidad. Y si no, no habrá condón, anticonceptivos, píldoras del día después o aborto que solucione nada. O el hombre es consciente de la dignidad de su cuerpo -templo del Espíritu- o no habrá quien detenga la corriente de podredumbre genital, esa corriente que atrae toneladas de desesperanza, probablemente en forma de orgasmos democráticos de don Pedro Zerolo (unos 500 por noche).
Habrá que volver a la pureza -no estoy dispuesto a explicar que la pureza no se trata de simple castidad, me llevaría demasiadas líneas- esto es, habrá que construir la civilización del amor, que de eso estoy hablando. Eulogio López eulogio@hispanidad.com