Muchos nacionalistas no creen en Dios, pero creen en su nación o patria. Muchos estadistas y todos los progres no sólo no creen en Dios, sino que le odian cordialmente, por lo que han decidido creer en el Estado y, pongamos por caso, en la igualdad entre los sexos y los derechos civiles, dos ideales que, como es sabido, pueden llenar toda una vida, la mitad de la vida eterna y cuarto y mitad de infinito.
La Ley de Calidad del Partido Popular (una de las pocas cosas buenas que hizo el PP) apenas se ha estrenado, no ha durado ni un curso, al menos no se ha aplicado más que en una pequeña parte. La nueva ministra de Educación, María Jesús San Segundo (un nombre muy poco laico), es un producto de su mentor, el insigne ex presidente del Congreso y hoy rector de la Universidad Carlos III, Gregorio Peces-Barba, un personaje al que algún cura debió dar un bofetón de chico y lleva sesenta años vengándose.
Así que ya tenemos aquí la educación progre y políticamente correcta. Verbigracia, los derechos del hombre han dejado de ser derechos humanos para convertirse en derechos civiles, uno de esos absurdos un poco peligrosos: en cuanto el sujeto de derechos deja de ser la persona para pasar a ser la colectividad, el pueblo o la nación mal andamos. También nos queda la explicación tautológica: la defensa de los derechos es propia de los seres y sociedades civilizados. O sea, como lo de sociedad laica, término muy usado en la polémica sobre la nueva ley de Mr. Bean.
Y de la tautología a la contradicción: en los colegios españoles se impartirá una asignatura titulada Hecho religioso no confesional. Si es religioso, ¿cómo puede no ser confesional? Pregúntenle a San Segundo, una fiera de la semiótica, la semántica, la semiología y demás se.
Pero que no se diga. La Religión seguirá siendo asignatura obligatoria para los padres que lo deseen (casi todos), aunque, eso sí, no será evaluable. Es la misma técnica de siempre. Porque la verdad es que al PSOE la religión no le molesta: lo que le molesta es el Cristianismo, que es la religión mayoritaria en España. Por eso, se tata de cumplir el acuerdo con la Santa Sede pero, eso sí, poniendo todas las religiones en paridad de estima. Algo así como la cuota femenina. Es decir, que la cosmovisión, teología y filosofías cristianas valen tanto como, pongamos por caso, el sintoísmo y su culto a los antepasados o el caníbal encaprichado con su fetiche. Y es que a los progres la tolerancia les exige enormes esfuerzos conciliatorios. Tolerancia ante la religión significa estar plenamente convencidos de que todos los creyentes son unos pobres ignorantes pero que, en nombre del pluralismo democrático, hay que soportar sus delirios.
Pero al guiso le faltaba un algo, le faltaba la sal. A María Jesús San Segundo (un nombre demasiado confesional, como creo haber dicho antes) no le basta con reducir la religión a la historia de las religiones, ni con cortar todas las creencias por el mismo rasero. Al final, todo anticlerical no busca aniquilar a la Iglesia, sino sustituir al Obispo. No quieren destrozar la Iglesia, quieren conquistarla. Por eso, crea su propia religión. Crear una nueva religión sin Dios al que adorar resulta un tanto complejo, por lo que a los profundos representantes no se les ha ocurrido otra cosa que resucitar la Formación del Espíritu Nacional, aquella asignatura clave en la escuela del Franquismo, donde se nos enseñaban los principios del Movimiento Nacional, las Leyes Fundamentales y esas cosas. Los libros de texto de tan impronta asignatura iban acompañados con apéndices de lectura. Servidor, por ejemplo, se leyó El Libro de España, donde dos huerfanitos, hijos de un militar muerto por los rojos en el madrileño Cuartel de la Montaña (luego me he enterado de que el tal cuartel se encuentra en el actual Templo de Debod) aprendían sentido patriótico por las distintas tierras de España (entonces, las únicas comunidades que existían eran las de vecinos) y el libro se cerraba con un poema donde el invicto caudillo de España, ya saben, el anterior Jefe del Estado, montado en un espléndido corcel blanco, desposaba a España (menos mal que en los años sesenta no tenía yo muy claro qué cosa eran los desposorios y tenía menos mala uva que ahora).
Pero la nueva disciplina con la que se fustigará a las jóvenes generaciones no se llamará Formación del Espíritu Nacional, entre otras cosas porque les podría ocurrir como a Villafranca de los Caballeros, quienes, según sus vecinos, que no amigos, de Alcázar de San Juan, ni es villa, ni es franca, ni tiene caballeros. Quiero decir, que de formación poca, el espíritu es reaccionario y no existe otra nación que la de Carod-Rovira. Quizás por ello, el nuevo invento de Peces-Barba y San Segundo se llamará Educación para la Ciudadanía. Es sabido que todas las reformas educativas no se hacen pensando en los niños, que no votan, ni en los padres, que como tales padres tienen poca conciencia electoral: se hacen pensando en los maestros y en sus organizaciones profesionales o sindicales. Es como en el mundo de la cultura subvencionada: no manda quien paga, sino quien cobra. Eso sí que son votos seguros, oiga usted.
Por tanto, la creación de una nueva asignatura supone un progresista salto adelante: se crean un montón de nuevos puestos de trabajos y las grandes editoriales se hartan de vender libros, con novísimos y revolucionarios conocimientos. Reconozcámoslo, en la sociedad post-industrial la única forma de paliar el paro es enviar a los desempleados a impartir clases. El currículum escolar es sencillamente inagotable. Los niños deben salir del horno hablando cinco idiomas, aunque no piensen en ninguno. Eso significa cinco colectivos nuevos de profesores. El Instituto Nacional de Empleo (INEM) les quedaría muy agradecido. El sistema educativo constituye, insisto, la solución contra el paro, la escupidera de las miríadas de licenciados que abandonan la universidad para engrosar la lista del INEM.
Por tanto, está clarísimo que la nueva asignatura del nuevo espíritu progresista debe ser aplaudida por toda la gente de bien (el mismo Polanco se va a forrar vendiendo libros). Es más, en círculos generalmente bien informados y amantes de las maldades, se rumorea que don Jesús ya ha sugerido que, en pago de sus múltiples desvelos, se imparta en Primaria, ESO y Bachillerato una nueva asignatura titulada Realidad mediática, y que consistiría en la lectura diaria de El País y, si lo pide expresamente el padre, de algún otro diario de la competencia.
Mientras eso llega, los altos cargos del Ministerio de Educación y Ciencia (quienes seguramente enviarán a sus hijos a algún centro privado no concertado) ya nos informan del contenido futuro de una asignatura de tanto fuste como la Educación para la Ciudadanía, la nueva religión progresista. El primer mandamiento será, como es lógico, la igualdad entre los sexos, una concesión del colectivo feminista que controla el Gobierno socialista, porque está claro que la mujer no es igual al varón: es radicalmente superior. Una concesión, no al varón, que lleva en sus genes la violencia de género, sino al tercer sexo, porque Pedo Zerolo (no hacer rima fácil con su apellido) se podría cabrear. Es más, RTVE, un canal radicalmente objetivo desde la llegada a La Moncloa de los socialistas, le cedió el micrófono a la presidenta de la CEAPA (padres de alumnos laicos, supongo que para distinguirlos de los padres de alumnos curas, que son los asquerosos de la CONCAPA), Maite Pina, quien definió la nueva ley como una educación en libertad para todos y todas.
Y así será. Es más, auguro una generación que no se formará en la libertad, porque no se formará en modo alguno, de la que saldrán una formidable generación de gilipollas. Quiero decir, de gilipollas y gilipollos.
Eso sí, Educación para la Ciudadanía precisa de un apéndice de lectura que presentan a las nuevas generaciones modelos para imitar. Personalmente propongo a Lidia Falcón, Cristina Almeida y Teresa Fernández de la Vogue.
Eulogio López