Cuanto más arriba llega un dirigente en el mundo económico más grande es su mordaza y más grandes sus intereses. Por eso, como diría un argentino, hablan "pavadas" y porque mantiene una alianza con el poder económico, quizás en búsqueda de una regalía si se retiran de la escena política por jubilación forzosa. Ayer, el vicepresidente económico del Gobierno español, Pedro Solbes, afirma, junto a sus colegas europeos, que no hay crisis de crédito sino de confianza. La verdad es que el distingo resulta un tanto tautológico, porque toda la industria del crédito no es más que confianza en recobrar capital e intereses.

En cualquier caso, Solbes pide a las entidades que aprovechen las próximas semanas de rendición de cuentas del Ejercicio 2007 (la verdad es que la mayoría de los banqueros ya lo han hecho, ante la prensa y los analistas, que son los importantes, lo de las juntas de accionistas no es más que es un gasto legalmente obligatorio) para aclarar cómo ha influido en ellas la crisis de las ‘subprime'.

Ahora bien, la petición es de lo más tonto que pueda existir. La respuesta de botines y FG no puede ser más previsible: nosotros no invertimos en hipotecas basuras e invertimos muy poquito en productos estructurados, así que no tenemos nada que ver con esto. Hablen ustedes con los bancos de inversión, con los ‘hegde fund' y con los fondos de capital-riesgo. Y, sobre todo, hablen ustedes con las bolsas, que se mueven por unas normas que ustedes, señores políticos, no nosotros, los banqueros, han puesto en marcha.

No cejemos: habrá que seguir repitiendo que la causa de la actual crisis económica, que comenzó siendo crisis de crédito, es la especulación, y la caída de toda una serie de productos financieros perfectamente suprimibles. No es que no se fíen, es que se han pillado los dedos, y, en consecuencia todo el mundo quiere atesorar liquidez.

El diagnóstico es la especulación -un término tan políticamente incorrecto en el mundo empresarial que ya ni se menciona- y la terapia es la fiscalidad que distingue entre productos especulativos y productos que no lo son. La revolución económica pendiente -y no es labor de los agentes económicos, sino de los gobiernos y parlamentos- consiste en distinguir las finanzas que apoyan a la economía real, que podemos centrar en el mercado primario- y las que son mera burbuja especulativa con escasa o nula conexión con la empresa, es decir, parásitos de la empresa: el mercado secundario.

También se hace necesario gravar la compra de acciones a crédito -más especulación- los derivados -más especulativos- titulizaciones y paquetizaciones, así como fondos de capital-riesgo (reconozco que esto último es más difícil, peor no menos necesario).

Desde el punto de vista del consumidor, se impone la vieja fiscalidad alemana de reducir el gravamen a partir de un tiempo de permanencia en el accionariado de una empresa.

En cifras: el 98% del dinero que se mueve en la bolsa española es mercado secundario, por sólo un 2% el primario, mientras que en Nueva York el personaje es del 99,5% frente al 0,5%.

El siglo XX ha sido el siglo del triunfo de la especulación financiera. En el siglo XXI la tiranía de la especulación se ha mostrado en todo su esplendor. Las crisis históricas de la economía han sido por escasez, las de la edad moderna son por exceso de medios, y la especulación no es más que el multiplicador de esos excesos sin producir valor social alguno ni contribuir al bien común. No sólo no aporta nada a la sociedad sino que parasitiza la economía real, a la que sí aporta. A ese bien común es al que se refiere Benedicto XVI cuando lo considera un valor no-negociable para el cristiano en política. Algo marcha mal en la sociedad cuando los jóvenes quieren ser intermediarios financieros (broker) y no empresarios.

Así que, señor Solbes, si quiere combatir la crisis comience modificando la fiscalidad del ahorro. Y si se trata de exigir transparencia, también está en sus manos: que consejeros y directivos de sociedades cotizadas estén obligados a decir lo que cobran por todos los conceptos. Si es muy sencillo. Lo otro es un engañabobos pero, porque la ligazón entre la clase política y el mundo de la especulación financiera -recuerden el caso Rodrigo Rato- da pábulo a la sospecha.

Eulogio López

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