El viernes 30 se celebra en Madrid la eucaristía de las familias, a las 16,00 horas, cuando muchos hayan terminado su jornada laboral aunque otros muchos no: cosas del calendario.

Y es que nos hemos comido la festividad de la Sagrada Familia en domingo, por aquello de que la Navidad cayó en domingo y el próximo domingo será el día 1 de enero, cuando se celebre la Maternidad Divina de María, ésa que los cristi-progres olvidan para centrarse en la Jornada Mundial de la Paz.

Es decir, hoy toca hablar de familia, esa célula de resistencia a la opresión. Esta vez lo hago de la mano de Clive Lewis, el converso británico (converso al anglicanismo, no al catolicismo), solterón empedernido que al final de su vida matrimonió con una judía divorciada y madre.

Lewis, el autor de los Relatos del Reino de Narnia, afronta en su ensayo "Mero Cristianismo", el análisis de la familia: Le sigo: para empezar, ratifica la sentencia chestertoniana de que el sexo es la puerta de entrada a la familia, pero hay otras muchas estancias en el hogar: "La actitud cristiana no significa que haya nada malo en el placer sexual como tampoco lo hay en el placer de comer. Significa que no debemos aislar el placer e intentar obtenerlo por sí mismo, del mismo modo que no debemos intentar obtener el placer del gusto sin tragar ni digerir, masticando cosas y escupiéndolas después". Oiga, y en aquellos tiempos no estábamos obsesionados con la anorexia y la bulimia.

Otro puntazo de Lewis: el enamoramiento no es la base del matrimonio. Puede que el enamoramiento constituya el inicio de la familia pero no puede ser el final. La cursilería propia de una época tan obscena como la nuestra (sí, obscenidad y cursilería suelen ir unidos), precisa de otra aclaración de Lewis: "La idea de que estar enamorados es la única razón para permanecer casados no deja realmente espacio realmente para el matrimonio como un contrato o una promesa".

La palabra contrato puede sonar mal pero lo cierto es que, cuando se tratara de entrega de uno mismo, contrato y compromiso se convierten en sinónimos y promesa y voto, también.

No se ama con el corazón sino con la cabeza, símbolo material de la libertad humana. En palabras de Lewis, "Si decidís hacer de las emociones fuertes vuestra dieta habitual e intentáis prolongarlas indefinidamente, se volverán cada vez más débiles". En definitiva, un ansia siempre creciente de un placer siempre decreciente. El amor, es decir, la donación de uno mismo, es la base del matrimonio y la familia, no el enamoramiento.

Sobre todo, porque "una promesa debe ser hecha sobre cosas que yo puedo hacer, acerca de actos: nadie puede prometer seguir sintiendo los mismos sentimientos. Sería lo mismo que prometer no volver a tener dolor de cabeza o tener siempre apetito".

El origen del divorcio es en muchos casos la cursilería del enamoramiento.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com