Se ha reabierto la controversia sobre la ocupación más vieja del orbe. "Porque tú pagas existe la prostitución" es el lema bajo el cual se apoya la última campaña publicitaria y que puede contemplarse en los diversos medios de comunicación.

 

Una llamada de atención a los usuarios de las prostitutas ha producido las primeras sátiras. Un rotativo de gran difusión internacional ha divulgado algunas apreciaciones de los ciudadanos, agrupadas en Internet a través de una página web. Muchos consumidores del sexo se dan por aludidos, ya que para ellos el mensaje sería el siguiente: el trabajo sexual continúa porque los mortales lo consienten ya que abonan una cierta cantidad de euros por sus servicios.  

Todos admiten que existe un gran fingimiento social sobre un enigma que mueve muchos millones de euros y que nadie está dispuesto a liquidar. Al hilo de la citada valoración, el mencionado diario, de mucha audiencia, divulga la siguiente aseveración: si es un problema habrá que prohibirlo y si no lo es, nadie tendría derecho a juzgar el modo de divertirse, en ambos casos, la existencia de esa información carecería de sentido y dañaría la ética de los seres humanos. 

Hay quien opina que existe mucho farsante social. Lo que interesa es el mensaje, no el reclamo en sí. El consumidor lo visiona y se siente afrentado en lugar de pensar en lo que, objetivamente es: una campaña publicitaria para disminuir el empleo carnal de la joven.

La prostitución va contra la dignidad del ser humano que se prostituye, puesto que queda dominado por el goce carnal. El que abona unos euros, quebranta la castidad a la que se comprometió por el sacramento del bautismo y deshonra su morfología. La prostitución establece un estigma social.

Las mutilaciones, las torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos para dominar la mente ajena, las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución son prácticas en sí mismas infamantes, que degradan la civilización humana, afirmó Juan Pablo II.

Clemente Ferrer
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