Fíjense si se habrá degradado el lenguaje de la clase política europea que populismo, lo que viene del pueblo, es sinónimo de ultraderecha.
Luego está lo de los nacionalismos en la Unión Europea. Ojo, aquí no hablamos de separatismo vasco o catalán, aquí hablamos de que en un proceso de unidad libre, es decir, donde los Estados ceden su soberanía, y naturalmente, exigen a cambio no ser regidos y gobernados según los intereses de los alemanes, que no dejan de ser 80 millones de habitantes sobe una UE que supera los 40, y un solo país que pretende controlar a los 27 restantes.
Sin embargo, lo que pretende Bruselas-Berlín, es que aquellos que no ceden en tiempo y forma -es decir, a toda pastilla y sin rechistar- sus soberanías se convierten en ultras trogloditas y lamentables.
Al final, Angela Merkel (en la imagen junto a Barroso) no es europea sino pangermanista. Lo que quiere es el IV Reich, no una Europa entre iguales, unidos para no disputar y tratando de generalizar los valores cristianos, sino una Europa controlada por Berlín, unida, sí, bajo el yugo de Berlín. Y eso no me gusta. Merkel no pretende la Unión Europea sino la absorción de Europa por Alemania. No, eso no me gusta.
Y no le gusta a otros muchos, porque eso Merkel y su cicerone Barroso, convertido ya en el veterano y ejemplar euro-funcionario, tratan de lograr. Alemania nunca logrará ser una potencial mundial por sí sola. Ahora lo intenta controlando a 28 países. Y los centroeuropeos, y algunos escandinavos, están dispuestos a ceder. Hablo de Austria, Holanda, Bélgica, Suecia, Finlandia, etc.
No, este no es un artículo antieuropeísta. Me encanta el proyecto europeo, pero si cumple su cometido multinacional, el de Robert Schumann, el creador de la Unión Europea: una Europa cristiana. Porque Europa no se entiende sin el cristianismo, no la Europa pagana que siempre ha pretendido Prusia.
¿Y qué sería la Europa cristiana Pues aquella que, fiel a su esencia y a su historia, cumple el principio de que el hombre es más importante que la humanidad o, si lo prefieren, que el hombre es sagrado. En eso se resume lo que podríamos llamar la ideología cristiana de Europa, hacedora del resto del mundo: el hombre es sagrado porque es hijo de Dios.
Los que se preocupan de la humanidad son Merkel y Barroso, sobre todo la primera, que sueña con una Europa con capital en Berlín. En parte ya lo ha conseguido, gracias a imponer una política económica que prima al fuerte -el rentista- sobre el débil -el productor, sea autónomo, trabajador o empresario-. Pero también quiere el poder político.
Como otros muchos líderes políticos contemporáneos, la canciller Merkel tiene muy claro hacia dónde va pero no tiene ni idea de lo que ese destino significa. Y así llegamos a las elecciones del 25 de mayo.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com