Gallardón está feliz con la derrota de su partido del nueve de marzo y ahora deshoja la margarita sorbe si presentarse a las primarias del próximo Congreso del PP. Es decir, que pelea entre su ambición -imposible esperar otra legislatura- y sus posibilidades reales de recibir el apoyo del partido, que sabe escasa. Nunca fue muy simpático a sus compañeros pero ahora menos que nunca: su actitud pueril, con la rabieta de no colaborar en la campaña por no haber sido escogido como candidato al Congreso, le ha granjeado las antipatías de todos.

Pero el caso del alcalde de Madrid no es más que un reflejo de la clase política española. Más llamativo, porque hasta los tontos saben leer en el alma de Gallardón, pero no por ello distinto. Veamos: somos un país regido por un presidente que subordina el bien común a su permanencia en el cargo y con una oposición regida por un político para el que su doble sueldo como diputado y presidente del PP es más importante que llevar a su partido al poder. No sólo eso, pues como registrador de la propiedad se ganaría la vida, pero es a que don Mariano le encanta lo que hace: trabaja poco, pero dispone de seguridad, chóferes y pilotos a su disposición, todos los gastos pagados y, de vez en cuando, un buen Montecristo. Rajoy será feliz de jefe de la oposición durante toda su carrera. No es un hombre apegado al poder hasta la neurosis, como ZP, sino apegado a la comodidad. Lo de ZP es la soberbia -por eso habla tanto de humildad-; lo de Rajoy es la vida fácil -por eso predica tanto el esfuerzo y la disciplina. Por su parte, su adversario, Zapatero, está dispuesto a regalar España -Iberdrola será la próxima- con tal de que sus colegas europeos le hagan un hueco en el Eurogrupo. La verdad es que en Alemania, Francia y Reino Unido o Italia se ríen de ZP, pero él a eso no le importa mientras pueda aparecer en la foto y sus medios afines -en toda la democracia nunca ha habido un presidente que controle los medios informativos como ZP- puedan vender esa foto para su uso interno.

PP y PSOE dominan el escenario político español como nunca. El voto en valores nunca había fracasado tanto. A la redacción de Hispanidad llegan acusaciones y felicitaciones por nuestra posición en defensa de los partidos políticos que defendían los valores no-negociables -vida, familia, libertad de enseñanza, bien común y libertad religiosa-. Yo creo que se equivocan tanto defensores como detractores. En mi opinión el actual sistema, formado por progres socialdemócratas frente a progres capitalistas no caerá al ser derrotado en el campo de batalla, sino por pura disolución interna, por auto-aniquilación.

Esto va acabar como el Muro de Berlín: no porque Occidente venciera a Oriente sino porque Oriente se suicidó. ¿De verdad alguien cree que el zapatismo puede subsistir? Ni tan siquiera físicamente dado que odian la vida: odian la maternidad y promocionan con entusiasmo la homosexualidad, el mayor enemigo de la supervivencia de la raza humana... por definición. El comunismo no cayó en el campo de batalla ideológico, sino por asfixia, presa de sus propias contradicciones. Y cayó, cuando, precisamente, parecía más inexpugnable, más poderoso, y a toda velocidad. Lo mismo pasará con la progresía, con su relativismo tontón, con sus aberraciones sexuales, con el exilio de Dios, con su estúpida batalla contra el cristianismo y con el recorte de libertades individuales que conlleva: no hará falta que nadie le venza, se derrumbará solito.  

Por decir algo, los 40.000 votos que, entre Congreso y Senado ha recibido Familia y Vida, son una minucia -peor que en 2004, a pesar de presentarse por menos circunscripciones- pero es curiosamente, el voto de futuro. Con el espíritu propio del cristianismo de todos los tiempos: de derrota en derrota hasta la victoria final. Como con el Muro de Berlín. Así acabará el progresismo zapatismo. Y su relevo, no lo duden, no será el progresismo marianista.

Eulogio López

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