Me he quedado muy preocupado tras leer una entrevista con Amilibia con la periodista y escritora Ángeles Caso, que afirma sentir la misoginia y el machismo, que al aparecer le rodean como peligrosos espectros. Me he quedado muy preocupado porque si alguien hubiera dicho, no hace más de 10 años, las tontunas que pronuncia Ángeles Caso, las mismas de otras muchas defensoras de los derechos de la mujer, el pitorreo hubiera sido general. Ahora, por el contrario, no sólo nadie se atreve a elevar la voz, sino que se aceptan reverentemente los mayores insultos al varón, verdadero despojo humano, y se miente y exagera sobre la condición de la mujer, que podríamos resumir en aquel titular de otra conocidísima intelectual: Más altas, más listas, más gupas. Para las feministas, la mujer es todo bien sin mezcla de mal alguno. Justo lo contrario a lo que ocurre con el varón. Y a este cretinismo generalizado, le llamamos liberación.
El feminismo es el nuevo marxismo, sólo que no propugna la lucha de clases sino la lucha de sexos, que es mucho más global, porque enfrenta a media humanidad con la otra media. Esto es, resulta más peligroso. Y, además, ¿no habíamos quedado en que una de la claves del viejo Marx era la necesidad de autocrítica? Pues, al parecer, el mundo ha cambiado : en las feminista no se percibe ni el menor asomo de autocrítica. La modestia, es bien sabido, es una característica reaccionaria.
Escuchen la entrevista, en la que el entrevistador, intenta echar un poco más de barro sobre su sexo, como si doña Ángeles necesitara ayuda en la tarea. Dice Amilibia:
-No sólo las consideraban (a las mujeres, naturalmente) inferiores intelectualmente, también moralmente, se las creía más inclinadas al vicio que los hombres
Y es justo ahí cuando doña Ángeles olvida que una de las facultades intelectivas donde la mujer impera sobre el hombre es la ausencia de pedantería:
-Eso viene de la idea de Aristóteles: el hombre es de naturaleza fría y la mujer caliente, y no es capaz de dominarse. Viene de la idea cristiana de la mujer como encarnación del pecado.
No se qué quiere decir eso de la naturaleza fría, que más parece aplicable a los peces que a los seres humanos, pero de algo pueden estar seguros : el pecado no es caliente como la lava sino frío como un cuchillo de hielo. Lo único cálido es, precisamente, la virtud. Ocurre que doña Ángeles, muy profunda ella, tiene una visión cromática, más bien superficial, tanto de Aristóteles como del Cristianismo. Para el Cristianismo, la mujer no es la encarnación del mal, entre otras cosas porque el mal tiene poco que ver con encarnación alguna. Es más bien lo contrario.
Naturalmente, todo este conjunto de sublimes chorradas, tan habituales en la literatura feminista, es, según la ecuánime autora, producto de la misoginia y el machismo, que tardará siglos en desaparecer, lo que significa que ella dispondrá de varios siglos para continuar quejándose, de la perfidia masculina que, no se si lo habían cogido, es lo que realmente mola.
Pero que Ángeles Caso diga tonterías y Amilibia le secunde para pasar por moderno no es extraño. Sí, todavía hay algo más tonto que un obrero de derechas, y me temo que existen muchos varones feministas, es decir, rematadamente imbéciles. No, lo que me llama la atención es que el virus feminista se haya adueñado incluso de cabezas bien amuebladas, las pertenecientes a mujeres capacísimas que, sin embargo, sucumben una y otra vez a la cultura de la queja. Y no es por conseguir puestos, no, es porque el feminismo es eficacísimo a la hora de justificar los propios fracasos, que esa sí es pasión dominante y destructora, tanto en varones como en mujeres. Y así, toda señora que no ha conseguido sus objetivos podrá alegar que ha sido por el machismo imperante, naturalmente, la responsabilidad del sujeto agente simplemente no existe. Hasta en las crías de 10 años se perciben los inicios de la enfermedad: cuando no consiguen cualquiera de sus caprichos, ello se debe, naturalmente, al machismo dominante. Se lo han oído a sus mamás desde la cuna, ¿qué otra cosa podrían pensar?
Los ejemplos de mujeres inteligentes afectadas por el pérfido virus son incontables. Un par de ellos: la única referencia de Paloma Gómez Borrero en su último libro (Adiós, Juan Pablo amigo) al aborto es para afirmar que la culpa del más cobarde de los homicidios la tiene el hombre. Menos mal que la obra trata del magisterio de ese gran defensor de la vida más inocente, que ha sido Juan Pablo II. O Pilar Cambra, reconocida periodista católica, que en una sorprendente y retorcida argumentación reciente, acaba concluyendo que a la mujer actual se la está poniendo en una situación imposible, una verdad palpable. Ahora bien, ¿quién es el culpable de lo que me ocurre? El hombre, naturalmente. El mismo sujeto que lleva 4.000 años marginándola es ahora el responsable de las consecuencias de su liberación. Tampoco hay que extrañarse mucho. El virus feminista, una de las grandes pandemias de la edad moderna siempre actúa de igual forma: cara, yo gano; cruz, tu pierdes.
La única forma de atacar este virus, que ha degenerado en la más espantosa guerra de sexos que recuerda la historia, media humanidad contra la otra media y las dos mitades perdedoras, es que la mujeres comiencen a considerarse persona antes que mujer. Y si es cristiana, cristiana antes que mujer. Por de pronto, algo ganaríamos en ecuanimidad, que no es poco, porque la pelmada feminista empieza a resultar insufrible. Y que el virus permanezca en círculos feministas no me preocupa, es lo suyo, pero que se contagie a mujeres inteligentes, eso ya es mucho más grave.
Eulogio López