Las situaciones de secularismo en las que estamos inmersos se caracterizan sobre todo las sociedades de antigua tradición cristiana y corroen el tejido cultural que hasta hace poco era una referencia unificadora.
"El patrimonio espiritual y moral en el que Occidente hunde sus raíces y que constituye su linfa vital -subrayó el Pontífice-, no viene hoy comprendido en su valor profundo y la tierra fecunda corre el riesgo de convertirse en un inhóspito desierto. Signo visible de ello es la disminución de la práctica religiosa, que puede comprobarse en la participación a la liturgia eucarística y, sobre todo, en el Sacramento de la Penitencia. "Muchos bautizados -agregó- han perdido la identidad y el sentido de pertenencia: no conocen los contenidos esenciales de la fe.
"Por desgracia, es precisamente Dios el que queda excluido del horizonte de muchas personas; y cuando no encuentra indiferencia, cerrazón o rechazo, la palabra de Dios viene relegada en el ámbito subjetivo, reducida a un hecho privado e íntimo, puesta al margen de la conciencia pública. Pasa por este abandono, por esta falta de apertura al Trascendente, el corazón de la crisis que hiere a Europa, que es crisis espiritual y moral: el hombre cree tener una identidad completa y limitada, simplemente en sí mismo.
En este contexto se preguntó el Santo Padre ¿cómo podemos responder, cómo podemos sembrar con confianza la Palabra de Dios? Los padres conciliares, profundizando en una pregunta similar, recordó el Papa, llegaron al corazón de la respuesta: "se trata de volver a iniciar a partir de Dios celebrado, profesado, testimoniado".
Debemos cultivar el crecimiento del trigo bueno incluso en tierra árida. "La situación actual requiere un renovado impulso, que apunte a lo que es esencial en la fe y en la vida cristiana".
Xus D Madrid