Sr. Director:
La prensa estadounidense se ha hecho eco de la campaña antirreligiosa de una asociación atea, que invita al transeúnte, desde la mismísima Times Square neoyorkina, a mantener lo "alegre" de la Navidad (Santa Claus) y deshacerse del "mito" (Jesús).

Blogs de toda la nación han tomado el pulso a una generalizada desaprobación pública, ante ese combate, cuerpo a cuerpo, ácido y cruel entre un sufriente Jesús crucificado y un Papa Noel con barba de quita y pon.

Pero más allá de la publicidad, el Hijo de Dios vuelve a nosotros cada 25 de diciembre y si le reconociésemos como al que vino a darnos el Cielo eterno, nos llenaríamos de alegría y veneración. No importa si muchos prefieren celebrar una "Navidad" laica sin un recuerdo del Niño de Belén.

Él se nos regala a todos, incluso a los ateos que lo rechazan para poder vivir en ausencia de moralidad. Su proselitismo, el más exaltado y contradictorio, quiere acallar sus conciencias: cuanto más hablan de un Dios que "no existe" y llenan su mente de vacío, mejor demuestran su temor ante las palabras del Dios que niegan: ¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?


Eva Catalán