El honor de un cortijero es como el cristal: con el aliento se empaña. Así decía Chicho Ibáñez Serrador en una vieja serie televisiva. También podía haber dicho banco, una entidad que vive de la confianza del público y en ocasiones de su ingenuidad- y al que no le conviene nada, lo que se dice nada, que aparezcan guardias civiles en sus sedes, convenientemente armados, como si se tratara de detener a unos terroristas o a un grupo de narcotraficantes violentos.
Pero eso mismo fue lo que hizo, cómo no, el juez estrella, más bien juez-vedete, Baltasar Garzón, justo el día después de las elecciones catalanas. Garzón mandó una tarea de inspectores financieros a guardias civiles, y nada menos que a dos entidades del prestigio al menos hasta anteayer- del banco portugués Espírito Santo y del francés BNP, además de la aseguradora Cahispa, una sociedad de valores y varios despachos de abogados. Con secreto de sumario de por medio, claro está, y la rumorología despendolada por todo Madrid, y sin que el señor Garzón se digne advertir al público que el aparatoso registro nada tiene que ver con la entidad y sí con algunos clientes de la misma. Sinceramente, ¿usted que haría si fuera depositante de Espírito Santo o BNP? Y en cualquier caso : ¿era necesario montar el show mediático? Los que saben buscar la información que necesita el juez, ¿no son inspectores financieros, gente poco dada al uso de las armas, a los que bastaría acompañados de un par de guardias civiles, con su correspondiente uniforme y barriguilla adosada, y sin dañar la reputación de la entidad investigada, que a lo mejor, especialmente si no es sospechosa de nada? Y todo ello, tras los asaltos a la sedes de Forum Filatélico y Afinsa, aún presentes en la memoria colectiva.
Y lo más grave es que aquí no pasa nada. Nadie reacciona. Si pasado mañana el señor Garzón decide enviar a los grupos especiales de la policía y registrar un hotel, todo el mundo callará, entre otras cosas porque el juez decretará secreto de sumario y no sabemos de qué estamos hablando, tal y como ocurre justamente ahora. Este es un país aborregado, donde nadie reacciona, aunque se esté jugando con el prestigio de las personas y de las empresas.
Garzón se parece extraordinariamente a Mario Conde. Ambos son personajes que tienden a caer bien en un primer momento. Esto se debe a que ambos poseen una gran virtud: la audacia. El problema es que sólo poseen esa virtud y ninguna otra, Y claro, la audacia, por sí sola, no es suficiente. También Hitler era audaz, y no menos vanidoso que otros que yo se me.
Por lo demás, me da la impresión de que, como ocurre con los ególatras, Garzón, al igual que Conde, cree controlar todos los charcos en los que se mete cuando corre el riesgo de ser un tonto útil, una marioneta en manso ajenas. Porque el numerito del jueves, en plena deglución socialista del casi desastre catalán (del que puedo salir una victoria, no lo olvidemos), resulta, cuando menos, sospechoso.
Eulogio López