Me dirijo a los novatos, pero también a los viejos lobos del matrimonio. Muchachos, con la mano en el corazón: ¿Cuántos de vosotros no habéis sentido, pongamos una vez al mes, la vertiginosa tentación de abandonar a la parienta y huir hacia los grandes espacios abiertos? Si a las mujeres me remito, la estadística resultaría mucho más abultada, al menos si a sus manifestaciones nos referimos: no hay mujer que no haya sido engañada para casarse con su amor, ni señora que no considere que, a fin de cuentas, más vale malo conocido que…

 

Pero continuemos con los veteranos. Ya puestos, ¿hay algún esposo que, al menos una vez al año, no haya sentido, no ya el deseo de no volver a contemplar jamás de los jamases el rostro amado, sino incluso los vivos deseos (sólo una vez al mes) de degollar a su complementaria? No es mi intención incitar a la violencia doméstica, se lo aseguro, sino realizar un sucinto análisis sociológico. Además, ya puestos, y como dice una entrañable amiga: "A esas imbéciles les está empleado todo lo que les ocurre, por estúpidas. Si no, ¿para qué sirven las tijeras del pescado?".

 

Volvamos al matrimonio. Ya lo decía Chesterton: "Conozco muchos matrimonios felices, pero ninguno compatible". Y también lo decía aquel gobernador de Madrid, que definía a la familia como "una cuestión importante, aunque de difícil manejo". Por no hablar de un tercero, quien sentenciaba que "el matrimonio es una carga tan pesada que hay que llevarla entre tres".

 

Por eso, es tan encomiable la tarea modernizadora del inefable Francisco Fernández Ordóñez, más conocido como Pacordóñez, que finalmente se quedó en Pacóñez (así le bautizamos en aquel semanario egregio llamado El Cocodrilo), se vio en la ineludible necesidad de promulgar la Ley del Divorcio, allá por el año 1981. Los españoles nadaban en la pobreza, pero nuestra cita con la modernidad no dependía de ella, sino de la implantación del divorcio.

 

Como Pacóñez, hermano del actual secretario de Estado de Economía, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, no era tonto, y por tanto sabía que casi todos los males del mundo, incluidos los económicos, proceden de rupturas matrimoniales, puso en marcha una ley del divorcio un tanto restringida. Por ejemplo, exigió un plazo de separación, más que nada para que a cada cónyuge se le pasaran las ganas (recuerden, al menos una vez por mes) de estrangular y/o degollar a su príncipe/princesa. Así, siempre cabía la posibilidad de reconciliación, que era de lo que se trataba. Se entendía (¡Qué cosas!) que el divorcio era un mal menor, pero mal en cualquier caso. Ahora no, ahora el divorcio es un bien en sí mismo.

 

Sin embargo, el sucesor de Pacóñez (alto cargo con Franco, con UCD y hasta con el PSOE), José Luis Rodríguez Zapatero, no se para en barras. Su política, como hemos dicho, puede definirse como la de "caca-culo-pedo-pis": Aborto, divorcio, gays y eutanasia. Pero éste es el problema: que el Partido Popular ya había ocupado todas las casillas, por lo que el pobre Mr. Bean se ve obligado a realizar muy imaginativos esfuerzos por hallar nuevas vías de avance hacia el progresismo total (no, no es exactamente la idiocia total, por mucho que se le parezca). Por ejemplo, Felipe González no tocó la ley de divorcio de UCD durante 13 años, pero rediez si alguien va a ganar a Mr. Bean en la carrera por la progresía. Así, los socialistas han inventado el divorcio-express, que es como el secuestro-express pero en progre.

 

El futuro texto legal, que extrañamente ha sido publicado por el diario El País, considera que en dos meses podría uno divorciarse; seis a lo sumo, si existe algún contencioso (salvo que el contencioso sea el propio divorcio, porque ese no cuenta). Zapatero va a llevar hasta el final el principal argumento divorcista, aquel que reza que en la variedad está el gusto. Porque si no se reduce el periodo de tramitación de la ruptura, así como otros engorrosos trámites, el hombre que quería degollar a la parienta y la parienta que pretendía vomitar en la cara del enamorado podrían dar marcha atrás, reconciliarse, pensar en sus hijos, que son los únicos perdedores de toda esta historia, y desandar lo malandado. Y claro, eso no puede ser, eso no es ser progresista.

 

Pero mucho más graciosa ha resultado la reacción del Partido Popular. Cielo Santo, ¿cómo podríamos vivir sin el centro reformismo popular? Los jóvenes a los que, al parecer, el gran Rajoy va a ofrecer una oportunidad son gente como Ángeles Muñoz, portavoz parlamentaria del PP, quien ha pronunciado la frase genial. Cuestionada por el proyecto de Mr. Bean ha confesado, cauta y diplomática, que su Partido estudiará el proyecto para ver si la ley entra dentro de lo que considera "la normalidad aceptable". Y es que no hay nada más aceptable que la normalidad, lo que se atiene a la norma, mientras no se confunda normal con habitual e incluso vulgar y ordinario. ¿No es delicioso, no define el marianismo pepero mejor que ningún programa político esa "normalidad aceptable"?

 

Ahora bien, en esta demencia colectiva, hay a quien el divorcio-express no le acaba de parecer bien. Por ejemplo, a la Federación de Mujeres Separadas y Divorciadas. Su presidenta, Ana María Pérez del Campo, además de informarnos de que "los hombres matan cuando la mujer deja de ser suya", y de que "seguirán matando" a pesar del divorcio-express, nos aclara que los varones, mala gente siempre, tienen mucha prisa por volver a casarse porque "no pueden vivir sin la intendencia logística". Esto de la intendencia logística, concepto castrense, es muy revelador. No deja de ser lo mismo que las esposas han dicho desde el Pleistoceno Inferior hasta el siglo XXI ("¡Pero qué desastre eres, Pepe!"). Pero lo más interesante viene ahora: dice la susodicha que, dado que las mujeres son, como quien dice, un pelín superiores, y que dada la tal superioridad (no necesitan intendencia logística porque se apañan ellas solitas), el proyecto de ley debería tener en cuenta, muy en cuenta, oiga, tan lamentable superioridad, naturalmente a favor del ser superior que, por no obtener prisa en recasarse se encuentra en clara inferioridad (léase ser superior que, por serlo, está discriminado y en situación de inferioridad: hay ecuaciones de cuarto grado mucho más sencillas que este teorema). No lo he entendido muy bien, pero creo que a la señora Pérez del Campo le parece estupendo el proyecto del Gobierno, siempre que las mujeres puedan divorciarse cuando les venga en gana, mientras los hombres deban esperar turno y aceptar las condiciones que les imponga la parienta. Insisto: no estoy muy seguro pero creo que va por ahí. Todo sea por la intendencia logística.   

 

Y a todo esto, ¿cómo solucionar el problema del divorcio en una sociedad habituada a él y que considera el compromiso matrimonial como una utopía y el amor como una mera tempestad de emoción? Pues con el sistema israelí, un país donde el matrimonio civil como tal no existe, aunque sí pueden formalizarse algunas de las consecuencias referidas al contrato de convivencia, especialmente las económicas: herencias, derechos a prestaciones públicas, etc.  (¡Qué horror! Acabo de pronunciar la palabra contrato, tan fría, tan odiada por el sentimentalismo progre-tontorrón que nos invade, el de las novelitas rosas, esas que siempre acaban en verdes). Para los demás, las autoridades remiten al judío, al rabino, al musulmán, al imán y al cristiano a los tribunales de su Iglesia. Es más, muchos judíos empeñados en sacralizar lo laico (a fin de cuentas, el laicismo no es más que eso: la sacralización de lo laico, cuando el mundo imita a la Iglesia) matrimonian en el extranjero sin que el Estado hebreo se dé por aludido. A lo mejor, la solución no está en ampliar el divorcio, sino en suprimir el matrimonio civil. Pero supongo que esta idea es demasiado profunda para el Gobierno español. Con decirles que lo preside Mr. Bean.

 

Porque, a fin de cuentas, ¿quién es el Estado para decidir sobre un compromiso personal, especialmente si tal compromiso ha sido libremente asumido por los dos cónyuges en el seno de una confesión religiosa?

 

Eulogio López