Un suplemento dominical del pasado día 11 realizaba una encuesta entre periodistas y escritores sobre el Día de los Enamorados, que este año cae en miércoles, en la que les pedía que definieran el amor con una sola palabra. El presentador de RTVE David Cantero considera que el amor, como la imparcialidad informativa, es "imposible", mientras la escritora Espido Freire alude a "desolación". Es una pregunta en la que, al parecer, todo el mundo sangra por la herida, dado que David Torres habla de "vértigo" y Ana Rosetti de "misterio". Luisgé Martín, que sería calificado por la progresía como blandito, alude a la olvidada "ternura", mientras Cristina Peri Rossi, para que no le acusen de lo mismo, a ella, una mujer independiente, prefiere "felicidad". Muy original, Carmen Posadas prefiere "complicidad" aunque alguno pudiera pensar en "connivencia", mientras Álvaro Pombo, vaya usted a saber por qué, se decanta por "exaltación". La única definición simpática es la de "menaje", cuya autoría corresponde a Felipe Benítez Reyes. Maruja Torres personaliza la cuestión y alude a un "sobreviví", que nos hace pensar en la fisonomía de sus amantes, que uno no le piensa atribuir, ni en cantidad ni en calidad: ya se los atribuye ella desde hace un porrón de años.
Y todo ello me ha sorprendido, porque ninguno de estos presuntos expertos (como presuntos, todavía no han sido condenados) en la cosa del amor, han mencionado la única palabra que define al amor: Entrega, si lo prefieren: donación. Pero vayamos por partes.
¿Qué es el enamoramiento? No necesita mucha definición, en cuanto sentimiento, pero puede definirse como la inclinación de un hombre hacia una mujer y de una mujer hacia un hombre, el deseo de compartir cosas y de identificarse con ella. Se distingue de otros ‘enamoramientos' o sentimientos de proximidad porque conlleva el elemento erótico.
¿Qué es el amor? El amor es entrega, entrega de uno mismo, donación. Se parece al fuego : crece o se apaga, nunca se estabiliza. Pero del enamoramiento al amor hay la misma distancia que de la vid al vino. El amor supone voluntad. Dicho de otra forma: querer es querer-querer. Por tanto, no depende, como del enamoramiento, de factores externos, sino de la propia libertad. Estas son las razones por las que puede hablarse de amor para toda la vida. Depende la propia libertad y, también por ello, un amor que se apaga es un fracaso en toda regla… de la voluntad y de la libertad. No se habla aquí de culpa, sino de fracaso.
¿Qué es el matrimonio? El matrimonio es el compromiso, personal y ante la sociedad, de la precitada donación, y que conlleva, son sólo el compromiso de convivencia y de atender los frutos naturales de la misma, que son los hijos. Los frutos artificiales también deben ser atendidos, pero no con carácter prioritario. Un fruto artificial es, por ejemplo, la hipoteca bancaria.
¿Es imprescindible estar enamorado para casarse? No, aunque sea recomendable. Simplemente: no conviene confundir el origen del matrimonio con sus previsibles consecuencias. O sea, que la pareja más enamorada no son los novios o los recién casados, sino los ancianos achacosos que llevan practicando la entrega de sí mismos al otro durante décadas.
¿Es imprescindible el amor para casarse? Debería serlo. Si no hay entrega, la convivencia duradera se convierte en un objetivo realmente complejo. Pero no olvidemos que el matrimonio es un contrato. Uno comprende que el concepto no resulta muy romántico, pero piénsese que no sólo existen contratos de alquiler, sino sobre cuestiones mucho más profundas, científicas, humanitarias, etc.
Pero supongo que todo esto es sabido. Permítaseme, por tanto, reparar en otra cuestión. Todos repetimos lo mucho que tardan los jóvenes de hoy en madurar, que la adolescencia ya no se alarga hasta los 18, sino hasta los 28, y algunos más arriba. Las mujeres aseguran que los hombres son unos inmaduros, y los sociólogos discrepan: consideran que la humanidad, todo ella, en su totalidad manifiesta, adolece de inmadurez. Comparto el diagnóstico.
Pues bien, ahí va mi apuesta: la inmadurez es fruto de la crisis del matrimonio, que no es otra cosa que la crisis del amor. Porque el matrimonio, aún como mero contrato, sin la emoción del enamoramiento y los cimientos de la entrega, aceleraban la maduración del individuo y de la sociedad. No es la inmadurez la que provoca la crisis matrimonial, sino la crisis matrimonial la que provoca inmadurez. Porque madurar no es otra cosa que recorrer los tres escalones de la vida. Pasar del "los que me rodean se preocupan de mi, me cuidan y me mantienen", al "ya me ocupo yo sólo de mí mismo" y, tercer y definitivo escalón, que no todos alcanzan, "me cuido de mí mismo y, además, de otros". Comprobarán que el primer estrado de madurez se identifica con el primer fin del matrimonio –la entrega- y el segundo con el otro fin del connubio : los hijos, seres despreciables que no se plantean estas disquisiciones psicológicas: simplemente exigen que les prestes toda tu atención, incluso son más absorbentes que el cónyuge.
Si la vida tampoco es tan difícil de entender.
Eulogio López