Sr. Director:
Resulta paradójico que aquellos que dicen basar su ideología únicamente en principios racionales y en la libertad del individuo se comporten como los más irracionales y déspotas.
En cuanto a la racionalidad, se ha dejado claramente a un lado en el debate acerca del aborto. Cuestiones como cuándo comienza la vida humana, si el feto siente o no siente o si a las diez semanas tiene ya completo su sistema neuronal han sido completamente ignoradas. El tema se ha planteado bajo el aspecto de derecho de la mujer, aduciendo siempre argumentos subjetivos, fáciles de repetir y sin contenido alguno: nosotras parimos, nosotras decidimos o tú decides. Pero, ¿qué parimos?, ¿sobre qué decidimos?
En segundo lugar está el tema de la objeción de conciencia, derecho regulado por la ley. Toda ley irracional suele necesitar de la coacción para ser puesta en práctica. En este caso, se ha hecho limitando el personal médico que puede objetar y creando un registro de médicos objetores.
Al restringir el derecho a la objeción de conciencia sólo al personal directamente relacionado, es decir, prácticamente al ginecólogo, desoyen las voces de multitud de enfermeros, auxiliares y administrativos que se niegan a colaborar en la muerte de un ser inocente. A través del registro de objetores, se crean listas negras que puedan ser utilizadas en perjuicio de los que se nieguen a efectuar abortos.
A todo esto hay que añadir la labor de adoctrinamiento que se está llevando a cabo en las escuelas. Aunque la mayor parte de los profesores intentan no abusar de su posición para influir en los alumnos, los numerosos talleres de sexualidad promovidos por las autoridades educativas promueven exclusivamente el punto de vista oficial.
Las leyes no son dogmas infalibles: existe una distinción entre moral y legislación que debe ser protegida a través del derecho a la objeción de conciencia. Si este derecho no existe, incluso una ley promulgada mediante el mecanismo democrático puede resultar demagógica y opresiva.
Beatriz López Pastor