Por contra, Segismundo Freud, el creador del psicoanálisis, que se consideraba derrotado ante la muerte, que no creía en una vida ultraterrena, su propio médico le ocultó su estado de salud, pues temía que se suicidara. Y algo de razón debía de tener, porque Freud exigió a su nuevo médico que le suicidará, es decir, que le aplicara la eutanasia.
Pero en algo sí coinciden el creyente Lewis (anglicano) y el ateo Freud: ambos consideraban que el enfermo tiene derecho a conocer la hora de su muerte. En Cartas del Diablo a su sobrino, el demonio Escrutopo exhala: Cuánto mejor sería para nosotros si todos los humanos muriesen en cotosos sanitarios, entre doctores que mienten, enfermeras que mienten, amigos que mienten, tal y como les hemos enseñado, prometiendo vida a los agonizantes, no vaya a ser que se revelase al enfermo su verdadero estado.
Freud, en el otro extremo del péndulo de la esperanza, la desesperación, dice algo similar. Espero encontrar en mi hora a alguien que me trate con más respeto y me diga el momento en el que debo estar preparado. Y eso que era médico.
Es decir, tanto el uno como el otro, para la liberación eterna que cantaba Lewis como para el terror de la nada eterna, que gemía Freud, consideraban una canallada justo lo que defiende la sociedad actual: ocultarle al enfermo su verdadero estado. En esos casos, como en tantos otros, nada más opuesto a la bondad que la benevolencia, y nada más opuesto al amor que la filantropía. Podría deprimirse, oímos junto a millones de camas de moribundos engañados, privados de su derecho a conocer su propio estado de salud, independientemente de las reacciones que pueda tener y que nadie puede asegurar. La humanidad en nuestros días actúa como los viejos ilustrados, que defendían el sufragio censitario con el argumento de que el pueblo llano no estaba preparado para decidir, o las mujeres, o Si me apuran, no tan viejos esos ilustrados, dado que esa ha sido la respuesta de los eurócratas de Bruselas al reciente referéndum galo : Los franceses no han entendido la Constitución. A lo mejor es que la han entendido muy bien.
Pues con la muerte igual: Podría hundirse. Pues que se hunda: es su derecho y su responsabilidad. Tienen derecho a ser tratados con respeto. Y el respeto siempre conlleva esfuerzo, del mismo modo que la libertad exige responsabilidad.
En el hospital Severo Ochoa de Madrid ha ocurrido justamente eso : médicos que decidían cada vez menos presuntamente- no sólo no informar al paciente, sino decidir ellos cuándo debía morir. A ser posible, apagando cuanto antes la consciencia, no vaya a ser que tuvieran tiempo de preparare para morir.
Y a eso le llamamos tener buen corazón.
Tanto la vida como la muerte nos vienen dadas. Por eso, en puridad, puede decirse que no existe el derecho a vivir ni tampoco el derecho a morir: todo es un regalo. Pero, al menos, sí podemos ejercer el derecho a saber cuándo moriremos, siempre que eso sea posible, y no que alguien decida en nuestro nombre aunque crea hacerlo por nuestro bien.
Eulogio López