No me gustan las bofetadas: aturden, y conllevan más ira que otras manifestaciones consideradas mucho más violentas: por ejemplo, el puñetazo. Recuerden aquella gran película llamada "Negocios de familia", cuando el bueno de Dustin Hoffman propina una bofetada a su hijo, Matthew Broderick, y recibe la cansina amonestación del abuelo Sean Connery: "Si quieres, arréale un buen puñetazo, pero una bofetada...". Además, para que lanzar bofetadas si existe la zapatilla agita-traseros, que ni aturde ni amedrenta, sólo pica y escuece. Y sí, toda bofetada constituye un fracaso educativo, aunque si hablamos de fracaso, hasta la más mínima elevación de la voz es síntoma de que se empiezan a perder los papeles. Dicho esto, la nueva tontuna progre-zapateril de eliminar del Código Civil la posibilidad de "corregir razonablemente a los niños" es como los límites de velocidad: no pueden admitirse, simplemente se tata de evitar que te pillen, dado que el legislador no tiene ninguna fuerza moral y muchas ganas de recaudar. No me gusta el botín, pero tampoco me gusta el adulterio, y no por ello creo que el adúltero deba ir a la cárcel. Ni me gusta la grosería de escupir por la calle, pero no creo que el autor deba ser multado por la policía. No ceder el asiento en el autobús a una viejecita es algo muy feo -y muy habitual- pero no creo que por ello debamos sancionar al comodón. Porque la historia del bofetón no es más que otro eslabón de la cadena con la que el Estado trata de desautorizar a los padres y de fastidiar a la familia. Los Juzgados del ramo perpetran cada día decisiones donde se retira a los padres toda potestad sobre sus hijos, y esto a cargo de un extraño que nada sabe, ni nada siente, sobre sus presuntos protegidos y que, un día después de toma su decisión, ni tan siquiera recuerda sus nombres. La pugna entre libertad y esclavitud es el enfrentamiento, bestial, crudo, entre la familia y el Estado, personificado en el Gobierno. La familia, decía Chesterton, constituye "la única trinchera capaz de detener la carga del capitalismo", del capitalismo de las grandes empresas y del capitalismo de Estado. La familia se rige por el amor y la entrega -de lo que se deduce que es lo mejor y que, si se malogra, es lo peor-, ergo sus componentes son libres; el Estado se rige por la normativa coercitiva. El Estado sabe que no podrá esclavizar al individuo salvo que se ponga cerco a la única institución donde a cada cual se le mide por lo que es y no por lo que aporta al conjunto. Cuando la contabilidad entra en la familia, la familia entra en quiebra. Eulogio López eulogio@hispanidad.com