Sr. Director:
Para quienes necesitan creer compulsivamente en algo bello y justo, la periódica celebración de las Olimpiadas y la ideología universalista que pretenden segregar, siempre es un alivio no exento de poder sublimante. Ya nos vale.
La momentánea puesta en escena del vigor ajeno, elevado a su máximo exponente y sometido a reglamentos aparentemente civilizados, constituye todo un espectáculo excepcional en un mundo dominado, habitualmente, por la más horrorosa indignidad y la peor de las crueldades. Con tanto triunfo y tanto laurel no nos debemos olvidar, sin embargo, de cuestiones más fundamentales.
Peones del ajedrez mundial de los Estados, bajo la fantasmal bandera única de una dinámica atlética sin entrañas, ni valores propios más allá de la propia competición deportiva, se congregan y se hermanan, en convención que dura dos semanas cada cuatro años, delegaciones de naciones no sólo diversas, sino también, fundamentalmente opuestas: pobres y ricos, democracias y tiranías políticas, países que ejecutan a sus ciudadanos y países que han proscrito la pena de muerte, gobiernos que imponen por la fuerza una confesión religiosa y otros que garantizan el respeto a la libertad de conciencia, culturas que imponen por la fuerza bruta la mutilación genital de los niños y otras que imbécilmente la permiten…
Ya pueden ponerle todo el azúcar que tengan a la verbena, ya pueden andar con zancos, tragar sables y hacer estallar espantosos fuegos de artificio, reír o llorar. A mis ojos y a los de mi desgraciado hijo no podrán hacer enternecedora, ni siquiera por un instante, esa dispar mezcla tan contra natura que no es más que un revulsivo esperpento. Para todos, nuestro más olímpico de los desprecios. Nosotros, no robot.
José Sánchez
pppsanchez@yahoo.es