¿Qué puede hacer la clase política europea para ilusionar a sus ciudadanos? Especialmente para ilusionar a los jóvenes, a los que sólo se puede atraer con programas duros, que exijan esfuerzo, entrega, que den, en pocas palabras, un sentido a la vida colectiva. Porque el principal problema del europeo actual es que no encuentra un sentido para su vida y el principal problema de la Unión Europea es el mismo: no encuentra un sentido al proyecto de unidad europeo.

 

Bélgica, Chipre, Irlanda, Luxemburgo obligan a votar a sus ciudadanos: es la demostración evidente del fracaso europeo. Los "Estados Unidos" de Europa pueden hacerse sin medios o con enfrentamientos internos, en ciclo económico alto o en recesión, pero lo que no se puede hacer es sin ilusión.

 

No hemos conseguido que los egoísmos nacionales se sometan a la generosidad que exige el objetivo de que un continente que ha vivido siglos en guerra se afilie a un proyecto común. Tras 50 años largos de intento todavía hay posibilidad de dar marcha atrás, de deshacer lo andado.

 

En junio de 2004, los 450 millones de ciudadanos europeos han demostrado que muy pocos se sienten europeos antes que franceses, alemanes, españoles o italianos. Realmente muy pocos.

 

Y en el caso particular de España, hay que reseñar que uno de los países tradicionalmente más europeístas ha cosechado una abstención superior en cinco puntos a la media europea. Es verdad que los españoles hemos sido convocados a las urnas cuatro veces en un año, pero también lo es que los socialistas, vencedores el 14-M, han presumido de europeístas mucho más que los populares. Se suponía que el cambio del 11-M debería haberse arrastrado hasta el 13-J, pero no ha sido así. Rodríguez Zapatero no ha conseguido "parar el toro" del que hablaba Felipe González el día posterior al sorprendente triunfo del PSOE en las Generales. Había que demostrar al país que el 14 de marzo no se ganó por el atentado del 11 de marzo y por el deseo de muchos españoles, prisioneros del Síndrome de Estocolmo ante el terrorismo de Ben Laden, de castigar a José María Aznar a cualquier precio. Puede decirse que las elecciones del 14-M más que unos comicios fueron un ajuste de cuentas, una venganza del pueblo contra un personaje llamado José María Aznar, al que, con plena consciencia o de forma vaga, se acusaba, y acusa, de ser el responsable de los 192 asesinatos del 11-M.

 

No, el 14 de marzo José Luis Rodríguez Zapatero no ganó las elecciones: las perdió Mariano Rajoy. No fue un triunfo del PSOE, sino una derrota de la derecha.

 

Mientras tanto, el editorial del lunes 14 de El País, convertido ya, no sólo en el mentor de Rodríguez Zapatero, sino en el verdadero Gobierno de España, afirma lo siguiente: "La victoria socialista quedó revalidada ayer en las elecciones al Parlamento europeo. Han fracaso así los esfuerzos del PP por deslegitimar en las europeas los resultados de las generales… Nadie podrá decir que ha funcionado ningún voto del miedo".

 

La verdad es que nadie ha deslegitimado el triunfo de PSOE en las elecciones del 14-M. Lo que hemos dicho, por ejemplo en Hispanidad.com, es que Zapatero es presidente del Gobierno gracias al brutal atentado del 11-M, algo que se puede demostrar con las encuestas del 10 de marzo. Es duro, pero es así.

 

Y sí, sí ha funcionado un voto del miedo. O, si se quiere, un voto del odio hacia Aznar, al que muchos hicieron responsable el 14 de marzo de los atentados del día 11. En España, vivimos el Movimiento Nacional de El País (el MNEP), o lo que es lo mismo: en España manda Jesús Polanco, no Rodríguez Zapatero. Ahora bien, no conviene mentir más de lo necesario ni intentar que la ciudadanía comulgue con ruedas de molino.

 

 

Eulogio López