La prensa mundial del lunes 10 parece El Caso, aquel periódico (no sé si continua vivo) español que hizo rico a su fundador, Eugenio Suárez, y que narraba todo lo truculento que podía pasar en España e incluso más allá. Algo realmente hermoso.
Los muertos se cuentan por miles en México y Guatemala y por decenas de miles en Pakistán y la India. Mientras, la desértica frontera entre Marruecos y Argelia comienza a poblarse de los inmigrantes para los que el Gobierno de Madrid ha pedido al de Rabat trato humanitario. Y en verdad que los nómadas han logrado sobrevivir en el desierto a lo largo de generaciones.
Los actuales desastres vienen después del Katrina y otros terremotos, tsunamis, tifones, tormentas tropicales, huracanes, riadas e incendios. Nos falta un volcán para alegrar la fiesta, y como complementos, la situación de tensión bélica que se vive en distintas zonas del planeta, empezando por le Golfo Pérsico.
Vamos a suponer que la sucesión de catástrofes naturales nada tiene que ver con la labor del hombre, eso que ahora se llama destrucción del ecosistema y antes llamaba pecado. Vamos a suponer que el responsable es el azar, la estadística; es decir, que no hay responsable alguno. Podríamos responder: ¿qué más da? Lo cierto es que las catástrofes demuestran la poquedad del ser humano. Es decir, que más vale que Dios exista, porque ante el poderío de la naturaleza, siempre cruel, siempre insensible, es el único refugio que nos queda.
Eulogio López