En su intervención en un lamentable -por opaco y cerrado a los medios- seminario, presentó un cuadro pavoroso sobre los derivados -instrumento bursátil especulativo-, disparados al alza, como todo tipo de estructurados, compras a corto, manipulaciones de acciones, hundimientos de monedas, fondos de alto riesgo y otros distorsionadores, no de los mercados, que se benefician de ellos, sino de empresas y pequeños inversores.
Sin embargo, cuando Hispanidad, antes de ser sometido a censura, logró preguntarle a Caruana si ese crecimiento desmedido de los derivados debía ser detenido, don Jaime dijo que en modo alguno, que eso atentaría contra el libre mercado (más bien atenta contra la libre especulación según la cual el pez grande se come al chico).
En definitiva caminamos hacia el tercer año de crisis financiera y ya se ha instalado en todo el mundo, en casi todos los líderes, el consenso de no actuar ni contra la especulación ni contra el apalancamiento, causante del desastre. Lo que se ha impuesto es el capitalismo de Estado, más bien la plutocracia, según la cual, todos los contribuyentes deben financiar las meteduras de pata de los especuladores con su dinero. O sea, más gasolina para el pirómano, al tiempo que se reducen los tipos y se fomenta el crédito, es decir, se ofrecen cuchillos de los más diversos tipos a Jack el destripador para que continúe realizando su benéfica labor y continúe aumentando el apalancamiento.
Entonces, ¿no salimos de la crisis? Por supuesto que no. Por el contrario, hemos superado la crisis cíclica para instalarnos en la crisis permanente.
¿Que por qué entonces el hortera de Barack Obama, uno de los responsables de que caminemos en dirección opuesta a la salida, percibe destellos de luz? Pues porque los políticos necesitan decir que han triunfado frente a la crisis, confundiendo la mejoría económica con la estabilidad política, de la que depende su permanencia en el poder.
Claro que hemos salido de la crisis económica, si por ello entendemos que en España caminamos hacia los 4 millones de parados -en la práctica, ya los tenemos- o que en Estados Unidos estén batiendo todas las marcas de desempleo. En efecto, si por superación de la crisis entendemos que todos vivamos peor, que las clases medias se conviertan en bajas y las clases bajas en perceptores de subsidios, entonces sí, estamos superando la crisis sin estallidos sociales, en un clima de estabilidad, que es lo que los políticos entienden por solución: la estabilidad de los cementerios. Es un sofisma letal, pero cuando vienen mal dadas aceptamos los sofismas con sospechoso espíritu acrítico.
El hombre necesita que las cosas no marchen permanentemente mal. Necesita engañarse a sí mismo, según aquella pitada genial que pudo leerse en una campaña electoral peruana: No queremos realidades, queremos promesas.
Cuando el pequeño Obama, nuestro ZP hispano, entró en trance y nos explicó que veía la luz al final del túnel, el espléndido economista catalán Xavier Sala i Martín, le respondió que se equivocaba, que la luz que creía percibir el inquilino de La Moncloa era un coche que venía hacia él y que amenaza con embestir... contra nosotros mismos. Que no, que no estamos saliendo de la crisis sino acostumbrándonos a vivir en ella como los puercos en la charca. Y puede conseguirse que, con un mundo que acepta vivir peor, los políticos se mantengan en sus cargos, que es de lo que se trataba.
Ahora bien, eso sirve para Occidente, principalmente Europa y Estados Unidos, que tienen grasa acumulada que perder. El problema es que China e India -y Brasil, y México, y el continente negro, y buena parte del mundo árabe- no pueden apretarse el cinturón porque carecen de cinturón y amenazan con quedarse sin pantalones. Y a lo mejor no están dispuestos a volver atrás.
Pero si ustedes lo prefieren, sí, hemos salido de la crisis cíclica para instalarnos en la crisis permanente. O, traducido al lenguaje marxista-grouchiano: Partiendo de la nada hemos alcanzado las más altas cotas de miseria.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com