El presidente del Banco Santander, Emilio Botín Ríos, arrinconaba ayer con enorme estilo al presidente del Gobierno -rango muy inferior- en el extremo oeste del diván, hasta el punto de que la instantánea no permite identificar con claridad quién era el anfitrión y quién el invitado.

Horas antes, la entidad había hecho pública su mega ampliación de capital, justamente ahora, con la que está cayendo. El secreto, claro, un descuento bestial que tira hacia abajo de la cotización y de la propia valoración del banco. El BBVA cuando acusa a su competidor que se trata de pagar las compras de Botín está haciendo dos cosas: decir la verdad, ciertamente, pero también supurar por la herida de color verdoso, porque otra vez el cántabro se les ha vuelto a adelantar. Dicho de otra forma: es como si al BBVA no le sirviera de nada ser un banco más rentable -lo es- que el Santander: este siempre le deja atrás.

Hay que reconocer a Emilio Botín su osadía: mientras las entidades se preparan para tenderle la mano al Gobierno él ha decidido apelar al mercado. ¿Acaso no es un banco privado? Pues al dinero privado.

A ver si nos entendemos: lo de Botín ha sido una chulería de gran calado, y encima va a depreciar su propio banco, pero es lo propio de un capitalista que cree en el capitalismo, un tipo de gente que puede resultar peligrosa como enemigo pero algo menos que los capitalistas que no creen en el capitalismo. Dicho de otra forma: ante la Cumbre de Washington, verdadera macedonia mental para descerebrados, hay algo que ZP puede aprender de la senda abriera para Botín: No quiere dinero público, y considera que, además, puede obtener dinero privado. Sobran los planes de rescate, las subastas y la compra de emisiones. Como mucho, que el Estado se circunscriba a asegurar los depósitos de los ahorradores, no de los inversores... y punto.

Lo peor de las soluciones a la crisis financiera, decíamos ayer, era la utilización de los bancos como intermediarios para hacer llegar dinero desde el Estado a los ciudadanos. Pues bien, aquí hay un intermediario que no quiere mediar entre dinero público, sino privado. Y, a lo mejor resulta que los demás tendrán que imitarle. Y si no, quedarán por malos bancos, necesitados de las multas públicas, como los norteamericanos, los ingleses los alemanes, los franceses y los belgas o los italianos.

Así que, por una sola vez y sin que sirva de precedente, ¡bien por Emilio Botín!

Eulogio López

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