Cuando los políticos hablan de cultura es que toca fastidiarse, toca sacrificio, ascesis. Cuando Cristina Narbona, hoy subsumida en el éxtasis ecologista, pide un "cambio de cultura", apriétense el cilicio : estamos ante el ascetismo progre, que es más duro que la cruz cristiana, eso sí, con la pequeña diferencia de que te flagelas por verdaderas gilipolleces, como el futuro del planeta, o por verdaderos galimatías, como el cambio climático.
Ya decía el gran Chesterton que la modernidad no son más que las viejas ideas cristianas que se han vuelto locas. La modernidad no es hedonista, y su cruz no tiene nada de ligera. La modernidad es agobiante, y echa de menos la mortificación cristiana, por lo que ha decidido crear la suya propia, a ser posible telúrica y agónica, con una cruz poco llevadera y cargas extraordinariamente pesadas. La modernidad es la vieja idea cristiana de código moral y de objetividad de la verdad, sólo que con otra concreción: el catecismo se sustituye por el BOE, y el Cielo por la supervivencia del planeta Tierra. El Cristianismo predica la cruz para redimir al hombre, la modernidad le exige que pase hambre y frío para redimir la capa de ozono. Chesterton hubiera concluido que el cristianismo es ascético, pero la modernidad es masoquista.
Por ejemplo, a la modernidad, es decir, a la Narbona masoca y a los eco-progres, les ha dado por cargarse los combustibles fósiles. Especialmente –como decía la encantadora locutora de la tele pública, quien nos narraba el tenebroso futuro- el carbón y el petróleo. Naturalmente, la señorita había acudido a realizar el reportaje en una unidad móvil de gasóleo, y no en bicicleta con la cámara, micrófonos y mesa de mezclas al hombro, rediez. Asimismo, la presentación de la "Estrategia Española del Cambio de Climático" abogó por la retirada del carbón. Miren ustedes, precisamente el combustible más abundante en el planeta, el más barato, el que está al alcance de los países pobres, el combustible que ha asegurado el progreso de 1.100 millones de chinos, más de las quinta parte de la humanidad. El combustible sobre cuyos efectos secundarios tenemos un mayor control y podemos neutralizarlos con más facilidad (aunque, eso sí, poniendo dinero). Y todo esto, amenizado por los augures del desastre inmediato, esos chicos tan progresistas que te emplazan para la muerte segura en un periodo nunca definido pero siempre ala vuelta de la esquina.
El masoquismo modernista siempre planta la misma ejecución: si te duele la mano no la cures: córtatela. Conocí a Cristina Narbona cuando era una roja simpática no una repugnante progre. Entonces su ideario consistía en que los pobres vivieran mejor, no en que pobres y ricos nos fastidiáramos en beneficio de un ente neutro, llamado planeta tierra, o medio ambiente. Para la Narbona de entonces, la ejecutiva del Banco Hipotecario, los importante era la persona; para la Narbona progre de hoy, lo único importante es el ecosistema. Esta es la razón, insisto una y otra vez, por la que me gustan mucho más los rojos peleones que los progres tristes, agonías, pelmas, insufribles.
Eulogio López