En Etiopía el agua es vida, pero también representa lapso de tiempo, formación, menos dolencias, mejor recolección, exigua higiene personal y mayor alivio económico.
Principalmente para las adolescentes que en el medio agrario etíope son las delegadas de partir a por el agua. Mozas descarnadas, de semblante arrugado han dedicado, todos los días, dos horas caminando hasta el aljibe, una hora envasando y un animal de carga para acarrear 80 litros de agua y dos horas más de marcha de retorno para poder lavarse, guisar, limpiar la indumentaria y beber, su clan y los animales. Se repetía la maniobra dos veces al día; a las cinco de alba y al atardecer. Los tigres estaban vigilando.
Los longevos eran los grandes atormentados; se les califica con el apodo los mendigos del agua. Van del cobertizo a la casucha implorando algo para beber. Pero, lo más triste de todo es que el líquido, tan afanadamente transportada por las mozas, no es bebible. Cenagosa, de un tono rojizo, emponzoñada de bacterias e insectos y apestosa.
En Etiopía dos de cada tres aborígenes no tienen acceso al agua potable, según el Ministerio de Recursos Hídricos. Casi toda la población come una o dos veces al día y la expectativa de vida es de unos 52 años. La higiene personal es insuficiente, pocos clanes se enjuagan las zarpas.
Para el Ministerio de Recursos Hídricos la cantidad de aguas subterráneas y en superficie es suficiente para suministrar agua potable a toda Etiopía. Lo que pasa es que sólo se aprovecha el 2,5% de la misma. Etiopía es el quinto terruño más indigente de la tierra, a la zaga de Níger, Burkina, Faso, Mali y Chad, según el estudio de desarrollo humano de Naciones Unidas.
Para alcanzar el objetivo establecido por la Cumbre Mundial sobre la Alimentación, reducir a la mitad el número de personas indigentes en el mundo para el año 2015. Jacques Diouf, director general de la FAO, recuerda que comer es un derecho fundamental de la Humanidad. El hambre es una afrenta a la dignidad humana.
Lo que sobra a los gobiernos opulentos, es patrimonio de los países indigentes. Necesitamos una liposucción mental que nos haga ser, no ya generosos, sino justos.
Clemente Ferrer
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