El panorama electoral que contemplan los chilenos resulta muy deprimente. Por un lado, está el socialismo de la presidenta saliente Michelle Bachelet, un socialismo de origen marxista que aún pervive, como todo el progresismo del Nuevo Orden mundial (NOM) en el resentimiento. Bachelet se parece a Zapatero, al igual que Obama. Es verdad que ZP es bastante más insensato que la chilena y el norteamericano, pero los tres persiguen lo mismo. Por supuesto, Bachelet ha sido un adalid de la contracepción, el aborto y los derechos NOM: homomonio, secuestro de la infancia por el Estado, etc El candidato izquierdista Jorge Arrate es un digno sucesor de doña Michelle.
A continuación figura Eduardo Frei, oficialmente candidato de la Concertación social-democristiana. Frei es democristiano y abortero, coqueteador del homomonio. Frei obedece a la famosa distinción entre cristianos y democristianos: cristiano son los que corren delante de los leones, democristianos son los que les azuzan desde atrás.
Y luego está el conservador y capitalista Sebastián Piñera, el inventor de los fondos privados de pensiones, un tipo empeñado en privatizar hasta la propiedad privada. Piñera como buen plutócrata, es abortero y antinatalista, porque está convencido, como socio fiel del club de los buen millonario, de que la única forma de acabar con la pobreza es terminar con los pobres. Si puede ser, cuando resulta más simple, antes de nacer.
En definitiva, el drama de Chile, como el drama de España, es el de una derecha pagana y una izquierda que se ha vuelto progre, a la que justicia social importa un comino y que obedece a la definición de progresismo: arriba los curas y abajo las faldas.
Está claro que en Chile, al igual que en España, al igual que en otros muchos países hispanos, los cristianos tienen una serio problema para votar a opciones que respeten los valores no negociables, es decir, que no atenten contra sus convicciones.