Al presidente de ERC, Carod Rovira, le ha sentado más que bien la dimisión como "conseller en cap". Ahora no tiene responsabilidades de gobierno, pero tiene autoridad moral. El mejor de los mundos posibles para quien aspira a convertirse en el "ayalotá" del nacionalismo catalán: No se mancha con la incómoda labor de gobernar, pero ejerce el control cuando lo considera oportuno.

 

La ventaja añadida es que dispone de mucho más tiempo para disfrutar de los placeres de la vida. Así que ahí estaba el miércoles 25 disfrutando de una copiosa cena con su mujer en el restaurante La Puda del puerto pesquero de Tarragona. Sin estrés por el comienzo del curso político, ni nada que se le parezca. Quienes debatirán los presupuestos y quienes incomodarán a Maragall serán otros. Él, Carod, estará vigilando desde la retaguardia los movimientos de Margalló. Porque el partido es él. Y eso que no ha conseguido modificar los estatutos que contemplan un Gobierno asambleario. Y claro, lo malo de las asambleas es que te pueden bajar del asiento en cuanto te descuides.

 

Así que Carod aspiraba a ser como Arzalluz, pero en catalán. Se miran los toros desde la barrera, se aplaude cuando corresponde y se emiten palmas de queja cuando algo no gusta. Todo eso con escuela de tauromaquia en la misma Barcelona, para mayor escarnio del señor Rovira. Pero eso, en septiembre. De momento, el líder republicano apura las vacaciones. Y La Puda no es mal lugar.