Dice monseñor Fernando Sebastián, arzobispo de Navarra, que la Iglesia "no se opone a que se reconozcan ciertos derechos civiles a cierto tipo de uniones, pero nunca podrá admitir la equiparación con el matrimonio".

 

Es la caridad la que lleva a monseñor Sebastián a admitir, una vez más, el mal menor, pero no debería expresarlo de esa forma porque corre el riesgo de confundir a otras almas misericordiosas, deseosas de buscar un punto de encuentro. Y ante ese tipo de almas, y naturalmente ante monseñor Sebastián, yo sólo puedo aplaudir. Sin embargo…

 

Recientemente, por motivos que no vienen al caso, participé en una reunión de personas de la más diversa índole acerca del proyecto socialista de aprobar el matrimonio gay. No eran pocos los misericordiosos que, en aquella reunión, hablaban en los mismos términos de Sebastián, sobre los propósitos del Gabinete Zapatero (esta vez no publicado en Vogue): Estamos dispuestos a tolerar que se regulen las uniones homosexuales, pero no a que se les equipare con el matrimonio. Y lo peor: El argumento para admitir tal regulación era uno bien conocido de toda la mentalidad progre: "Porque es algo que está ahí".

 

Lo mismo se decía cuando se regularizó el aborto: Es algo que está ahí. Por eso, la obsesión abortista durante la campaña de la cultura de la muerte para legalizar el aborto en España, allá por el año 1985, barajó los 300.000 abortos clandestinos, cifra que luego se demostró falsa, porque era falsa desde el principio, y los abortos clandestinos no alcanzaban ni la décima parte. Pero ya se sabe que el mal siempre es económico con la verdad.  "Ahí", también estaba el aborto, el homicidio, la trata de blancas… es decir, que habría que regular todo lo regulable.

 

Pues no, no hay que regular todo lo que existe, más que nada porque lo que "es" no es lo que "debe ser".

 

Pero hay otro problema en las palabras de monseñor Sebastián y en las de mis debatidotes. Habla el Prelado, insisto llevado por su caridad, por lo que sólo merece aplauso, de otorgar derechos civiles a cierto tipo de uniones. Serán a las uniones de hecho entre varón y hembra, no a los gay. El por qué es sencillo: El amor homosexual no puede existir porque no hay sexo. Utilizando las gruesas pero certeras palabras de nuestro fallecido premio Nobel don Camilo José Cela, "tomar por el culo" no puede considerarse sexo. Sexo es lo que realizan un hombre y una mujer, de la misma forma que el zumo de naranja es el producto resultante de exprimir naranjas, no plátanos ni zanahorias, y porque del sexo, a pesar del enfado de muchos y muchas, resulta que salen nuevos seres humanos y se perpetúa la especie, cosa que no puede ocurrir cuando, y vuelvo a citar al insigne escritor, "se toma por el culo".

 

Hasta la misma regulación de herencias, y no digamos nada de prestaciones públicas, en parejas homosexuales son harto discutibles. Por ejemplo, en casi todo el derecho europeo, no se permite a una persona desheredar a sus hijos. Se trata de evitar que el ancianito de turno se enamore de la enfermera pelandusca y le ceda toda la herencia dejando a sus consanguíneos en la miseria.

 

Y si hablamos de prestaciones públicas, entones peor, porque algo que se tiende a olvidar es que las parejas homosexuales son parásitos que viven de la existencia de la denigrada heterosexualidad. En otras palabras, las parejas heterosexuales ofrecen a la sociedad su bien más preciado: Seres humanos y futuros contribuyentes, cosa que no hacen los gays.

 

Por tanto, los de los derechos civiles para otro tipo de uniones es una graciosa concesión que los heterosexuales y los defensores de la obviedad de que sólo existen dos sexos (masculino y femenino) realizan a una serie de señores, que se niegan a participar en la nada desdeñable tarea del mantenimiento de la raza humana sobre la faz de la tierra.

 

Por tanto, en justicia, al menos en justicia equitativa, lo de monseñor Sebastián es una caritativa concesión, pero resulta injusta para con los heterosexuales. Conviene no confundir a muchas almas misericordiosas. Conviene, en suma, que a la caridad le acompañe la claridad.

 

Por su parte, monseñor Gea Escolano, arzobispo de Mondoñedo, convertido ya en el malo de la película (¡Que vienen los malos!), ha recordado que los políticos que voten el matrimonio gay que pretende Zapatero no podrán recibir la comunión sin antes haber confesado. Es decir, Gea Escolano está pidiendo coherencia. Me temo que, ante tamaña osadía, el titular de la diócesis de Mondoñedo va a ser investigado por algún escándalo económico, de pederastia o fiscal. Lo publicitará El País o El Mundo. Se admiten apuestas.

 

Eulogio López