¡Quién le ha visto y quién le ve! El hombre más rico de España, el apellido bancario por antonomasia, Emilio Botín, se muestra tremendamente preocupado por la "cuestión social": habla de "derechos humanos, respeto al medio ambiente" y siga usted contando. Afirma que Lula da Silva será un gran presidente, que será imitado por otros países, y que sabrá combinar "un crecimiento económico sobre bases ortodoxas con lo social".

Claro que, inmediatamente le traiciona su espíritu del Club de París. Seguro que las preocupaciones sociales y ecológicas de Emilio Botín son sinceras, pero su mente regresa automáticamente a la niña de sus ojos: el millón de accionistas de su banco que "es en lo que hay que pensar".

Pues no, señor Botín. El cambio en la economía del siglo XXI, al menos el cambio previsto, no está en la preocupación por los accionistas, sino por los clientes, en primer lugar, y en los trabajadores que aumentan el valor de esos accionistas. En eso consiste la llamada tercera revolución industrial: es la satisfacción del cliente, no del rentista-accionista, lo que da sentido al trabajo.

No se puede hablar de cuestión social, o al menos no se puede hacer con la boca grande, cuando los logros del SCH durante el ejercicio 2002 se han conseguido, en buena parte, con una durísima reducción de costes y de plantillas. No sólo es que haya menos gente, es que los que hay, la plantilla de base (estamos hablando de 110.000 empleados) trabaja con menos sueldo y menos complementos y prebendas que los que se han ido. Eso sí, algo es algo, Botín anuncia que no habrá nuevas prejubilaciones. Tendrían que ir ya a por los cuarentones.

Además, sinceramente, ese millón de accionistas está encuadrados en un puñado, unas cuantas decenas, de instituciones de inversión colectiva. No, no son un colectivo de 1 millón de particulares. A los que tiene que atender, cuidar y mimar Botín o cualquier otro presidente es a los gestores de instituciones de inversión colectiva.