Los hechos son tercos, pero José María Aznar más. En Moncloa hay orden de no reconocer error alguno en el caso Prestige. Al menos, hasta que el multimedia de Jesús Polanco modifique su actitud (preocupa Polanco mucho más que el líder del PSOE, Rodríguez Zapatero).

No es que los medios informativos cuenten mentiras: es que sólo cuentan la verdad que les interesa. Por ejemplo, todos los medios de Jesús Polanco, empeñados en que fue el PP quien mató a Manolete, han centrado las críticas al desastre del Prestige en el Gobierno, y se han olvidado de armadores, fletadores, petroleros y banderas de conveniencia. Para El País, el culpable del hundimiento del Prestige fue Aznar. En persona.

Sin embargo, las cosas cambiaron con el Spabunker IV, la gabarra que se hundió con 1.000 toneladas de fuel ligero en la Bahía de Algeciras. Aquí el tratamiento ha cambiado. Aquí todo se centra en el dueño, simplemente porque el propietario no es ruso, sino español, y encima un empresario cercano al Partido Popular, como es Vicente Boluda.

Y eso que es difícil pillarle en falta, dado que el Spabunker IV había pasado la revisión oficial y la de la compañía CEPSA, propietaria del fuel, que es bastante más severa que la "itv" oficial. La gabarra tenía diez años, es decir, no era un artefacto vetusto. Simplemente, se hundió porque un golpe de mar dejó fuera de juego al capitán, al menos si hemos de hacer caso a las declaraciones de los dos marineros sobrevivientes. A veces nos olvidamos que el petróleo nos proporciona comodidades y que esas comodidades tienen un precio.

Volvamos al Prestige. La verdad es que el Gobierno del PP cometió un gravísimo error: no debió alejar el barco, sino meterlo en puerto, aún a riesgo de que se rompiera justo enfrente de la costa. Tras ese error madre, todo lo demás son encubrimientos necesarios del mismo. Uno de ellos, el más tonto, es el empeño en que el fuel se puede solidificar: no se solidificará nunca y saldrá a la superficie. Cuanto antes lo haga, mejor. Sólo que Aznar no está dispuesto a que el Prestige se convierta en su tumba política y en la de su partido. Por eso ha ordenado cerrar filas entorno al gestor de la crisis, el vicepresidente Mariano Rajoy. Y miren qué cosas: Rodrigo Rato ha sido el primero en hacerse el loco.

Por cierto, y esto también resulta ilustrativo, la orden les ha llegado a los ministros a través del Gabinete de Presidencia, que dirige el ilustre Carlos Aragonés.