Una alianza de civilizaciones pide el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, en Naciones Unidas. Alianza, se entiende, entre Cristianismo y el Islam. La verdad es que lo decía casi al mismo tiempo que George Bush, en Nueva York, mientras los norteamericanos podían ver en Internet cómo degollaban, en vivo y casi en directo, a otro compatriota.

Y tiene razón el presidente del Gobierno español cuando afirma que la paz precisa mucho más coraje que la guerra. Es una idea que ha tomado prestada de Juan Pablo II, que, además, puntualiza con más rigor: no sólo es que se necesita más coraje para la paz que para la guerra, es que se necesita más valentía para contenerse que para golpear, mucho más audaz es el hombre pacífico que el airado y mucho más  coraje se precisa para el perdón que para la venganza. Es más, uno de los principios más profundos que Juan Pablo II ha legado al mundo es el siguiente: No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón. A su lado, la traducción de Zapatero no deja de ser una caricatura, pero menos da una piedra, oiga usted, y más daño hace.

Ahora bien, dos puntualizaciones. Volvemos al eterno problema de la progresía. La progresía defiende los derechos humanos siempre que el humano de turno haya logrado nacer. Hasta entonces, no es sujeto de derechos. Es más, conviene matarlo en el seno materno. Ni el nonato posee esos derechos ni, poco a poco (eutanasia), los poseerá el anciano o el enfermo, en definitiva, el no productivo. Por tanto, el resto de la humanidad, la que tiene sentido común, no está dispuesto a montarse en el tren que proponen los Kofi Annan, Jacques Chirac, etc. Por simplificar much el no a la guerra es incompatible con el sí al aborto. Defender una cosa y otra al mismo tiempo suena a hipócrita, lo mismo que pedir la supresión de la pena de muerte y defender el aborto sin trabas.

Por otra parte, una alianza es una puesta en común, no una cesión permanente de una de las partes. Así, mientras Chirac propone un plan contra el hambre (bastante vago, por cierto) e incluso una tasa universal contra el hambre (que, desde luego, aplaudimos siempre que quede claro quién administraría el dinero y con qué objetivos), Francia ha venido apoyando al Gobierno islámico de Jartum, que ha cometido una de las mayores matanzas de negros, cristianos y animistas en Danfur y en el sur del país, simplemente por llevarle la contraria a Bush, que ya estaba metido en el avispero de Iraq. París ha sido en la ONU el gran valedor del Régimen fundamentalista islámico de Jartum.

Pero volvamos a la alianza. Desde luego, nadie puede negar que una alianza cristiana islámica contra el terrorismo sería maravilloso. Ahora bien, Zapatero habla de alianzas entre dos civilizaciones. ¿De qué civilizaciones habla? Se supone que de la mahometana y la cristiana. Una alianza debe estar basada en el respeto mutuo. Todos los occidentales sabemos qué es respetar al Islam y en qué quieren los mahometanos que se les respete. Dígame señor Zapatero: ¿Usted también tiene claro qué civilización cristiana quiere hacer respetar a los mahometanos? Cómo lo va a hacer, si usted no se siente cristiano y no hace otra cosa que golpear los principios de esa civilización. Tenemos claro cuál es y en qué consiste la civilización mahometana, porque el islámico no se avergüenza de serlo. Pero, ¿en qué consiste la civilización cristiana para el señor Zapatero? Lo de siempre: el Islam puede ser lo que se quiera, pero sus fieles creen en algo. El problema de los occidentales es que no creemos en Cristo; es más, sufrimos de Cristofobia. Y no es posible una alianza entre el algo y la nada, entre un credo y un anticredo : lo positivo siempre absorbe a lo negativo, y el mal no tiene esencia: es, simplemente, la ausencia de bien (¡que escolástico me ha quedado esta última sentencia!).

Eso significa que mientras Zapatero hablaba en Nueva York, el rey Mohamed VI de Marruecos, descendiente del Profeta, daba un paso más en el Sahara: el plan de la ONU, el de la legalidad internacional, el referéndum en el Sahara, importa un pimient la antigua colonia española será una región autónoma de Marruecos (donde no existe autonomías, por cierto). Y nadie sabe cuál seria la reacción del Gobierno español si su amigo del sur invade Ceuta y Melilla, ciudades donde ya hay partidos con representación parlamentaria que se niegan a asistir actos en los que ondee la bandera española. Son dos ejemplos mínimos, porque la batalla por las ideas y los principios es mucho más profundo, pero sirve para ilustrar en qué patera se ha embarcado Mr. Bean.

Son las zapaterías del presidente del Gobierno español, que más parecen zapatazos a la inteligencia.

O como el dicho del gallego : Amigos sí, pero la vaquiña por lo que vale.

Eulogio López