Y en esta ocasión no había bronca PSOE-PP, sino que la derecha, siempre acomplejada, decidió subirse al carro de las reformas estatutarias (con Valencia y otras) para no quedarse como un eterno "mister No", algo que le agradecería muchísimo buena parte de la ciudadanía y el 100 por 100 de sus votantes.
Porque claro, si una abstención del 65% no deslegitima un resultado en democracia, ¿qué lo deslegitima? En todo Occidente, el divorcio entre la clase política y el pueblo se acentúa año a año y día a día. ¿España nacionalista? ¿España anti-nacionalista? No, España a-nacionalista. La cuestión territorial es cosa de políticos y a los ciudadanos les importa un bledo, salvo que se origine el caos.
ZP no tenía ninguna necesidad de meterse en el berenjenal de las reformas estatutarias. Como no tenía necesidad de meterse en el berenjenal del País Vasco, en el que ha logrado resucitar a un ETA moribunda. Lo hizo para marcar distancias con el Partido Popular, y lograr aislar a la derecha a costa de aliarse con los nacionalismos moderados, CIU y PNV. Ese intento de aislamiento sólo se ha conseguido a medias, y ya nos ha costado un precio demasiado alto. Pero, además, la tontuna zapateril ha provocado el replanteamiento de todos los Estatutos, un desastre que ya ha acabado donde debía: aburriendo hasta el mismísimo Llamazares, el de la república federal y cantonal, cromáticamente rojiverde.
En cualquier caso, la técnica del referéndum no gusta a la clase política. Lo mismo ocurrió con Europa, donde franceses y holandeses, para bien de todos, tumbaron en referéndum el Tratado Constitucional, tratado que tuvo mucho más éxito en aquellos países, como Alemania, donde fueron los diputados quienes dieron el visto bueno al texto (¡¿Una constitución aprobada sin referéndum?!). Es más, entre la clase política, cada día más profesionalizada -¡qué horror!- se percibe una tendencia a calificar como fascismo la democracia directa, asamblearia, plebiscitaria, popular… tendencia, por cierto, de lo más ilustrativa respecto al actual estado de cosas.
Es decir, como siempre hacen los políticos, ante un problema no ofrecen conclusiones, simplemente suprimen las premisas. Si los electores están desencantados con ellos, en lugar de convencerles para cambiar, deciden suprimir a los electores en nombre, claro está, de la democracia prístina.
Este divorcio entre la clase política y el pueblo, que se percibe en una abstención generalizada y creciente, constituye el mayor problema de la política en el siglo XXI. Porque, además, una sociedad que ama la abstención es carne de tiranía, es un pueblo que, antes o después, aceptará el autoritarismo. Quizás no haya que esperar mucho, aunque esta vez, naturalmente, la autocracia que terminará con las libertades llegará entre vibrantes y sonoras ovaciones de los abstencionistas, es decir, de los comodones, antes conocidos como mayoría silenciosa.
Aunque, eso sí, la legitimidad del referéndum sobre el nuevo Estatuto andaluz es "incuestionable".
Eulogio López