En los albores de la Revolución Francesa, a finales del siglo XVIII, el prestigio de la mansión de un noble dependía fundamentalmente de la calidad de su mesa, debido a que se encontraban desprovistos de poder y sólo vivían en una sociedad de apariencias. En esa tesitura, un gran cocinero llamado Manceron es despedido por el Duque de Chamfort  por una desavenencia culinaria. Desprovisto de recursos económicos, y acompañado tan solo de su hijo, decide volver a su casa en el campo, negándose a volver a cocinar.  Pero cuando conoce a la misteriosa Louise, ésta le devuelve la pasión perdida, al mismo tiempo que  le ayuda a abrir una posada en el campo.

Cuando el director y guionista Eric Besnard daba vueltas al argumento de su nueva película se dio cuenta que la gastronomía se encontraba en el “ADN” de Francia. De ahí que decidiera hacer un filme sobre ello e, investigando, constató que nunca en su país se había desarrollado en imágenes un largometraje  cuyo escenario principal fuera una posada, lo que ahora sería un restaurante de carretera. Fruto de esa documentación es esta sabrosa propuesta que abre el apetito a quien la contempla.

Muy documentada sobre esos primeros restaurantes franceses, que se instalaron fundamentalmente en la capital, en Paris, no en los alrededores como sitúa ficticiamente esta película, esta película relata una historia de venganza pero, sobre todo, de amor a la buena comida, que puede ser sencilla pero siempre debe contar con buenos productos. Porque, de alguna forma, toda la película es un canto a la agricultura primigenia, al cultivo de la tierra, origen de los sabores auténticos.  

Con un diseño de producción maravilloso, se retratan tanto los banquetes opulentos que se hacían en las casas de los nobles, con mesas increíblemente bien adornadas, como la descripción de esos primeros restaurantes  con menús de precio  accesible a la gente de clases sociales más modestas. Porque desde la primera imagen entendemos el contenido social que lleva implícita la película que lanza una crítica ácida hacia la nobleza. De hecho aunque, efectivamente, no se había rodado en Francia ninguna película cuyo escenario fuera una posada del s. XVIII, hay una película culinaria excelente Vatel, cuyo protagonista era Gerard Depardieux, que también incidía en la importancia que los nobles daban a los banquetes que ofrecían para demostrar su poder.

Lo único que chirría en esta película es la visión falsa, “buenista” y engañosa sobre la Revolución francesa, que ofrece en su desenlace

Para: los que les gusten las películas de época.