El asesinato en Turquía del periodista Jamal Khashoggi da un golpe en lo que más le duele al príncipe heredero saudí Mohamed Bin Salmán, empeñado en mostrar un rostro que nada tiene que ver con la realidad política y social de Arabia Saudí, mientras la petromonarquía despliega un plan de ingentes inversiones para colonizar Occidente, sobre todo en el ámbito sector tecnológico, a través del Fondo de Inversión Pública, soberano, del que se hizo cargo Bin Salmán en 2015.

Todo por la acción de un comando de los servicios de inteligencia saudíes, aunque Arabia Saudí se resiete como gato panza arriba a admitir su su implicación, a pesar de la evidencia de las pruebas aportadas por los investigadores turcos de que el periodista murió de forma cruel durante el interrogatorio.

Lo terminará haciendo, es lo más probable, entre otras por lo que se juega, la buena relación con el presidente Trump, con el que firmó en mayo un contrato de venta de armas de 100.000 millones, que ha elegido a Arabia como uno de sus ejes contra el terrorismo e Irán. 

Mohamed Bin Salmán gobierna Arabia con mano de hierro y sin enemigos a la vista; si los hay, 'desaparecen'

Ahora bien, llegado ese reconocimiento, se impedirá a toda costa que afecte a la familia real o al príncipe heredero, a pesar de que hay entre los 15 integrantes del comando personas muy próximas él. Lo uno y lo otro están escritos en el mismo guion con el que se gobierna el país, con mano de hierro y sin enemigos a la vista. Cuando los hay, desaparecen, ya sean de la familia real o broten del escaso margen -nulo- a la disidencia, política o religiosa, el islam suní.

El periodista asesinado, de hecho, fue uno de los asesores del príncipe antes de caer en desgracia. Su gran labor informativa se resumía en una columna en The Washington Post, pero había pasado de asesor a crítico. Por eso huyó en 2017 a EEUU: temía acabar como ha acabado en la casa del cónsul saudí en Turquía.

Las reacciones se miden, de momento, en el boicot a la cumbre económica en Riad, como han hecho oficial los ministros de Economía de Holanda o Francia. Esa cita, que es conocida como el Davos del desierto, es sin embargo muy importante para familia real saudí y especialmente para el príncipe heredero, que intenta reinventar la economía saudí sobre una merma progresiva del beneficio del petróleo, del que quiere ser menos dependiente.

El asesinato del periodista dispara el boicot contra la cumbre económica de Riad, el 'Davos del desierto'

Ahí se forja el plan saudí Vision 2030, un ambicioso programa de diversificación de la economía nacional, que cuenta con el apoyo en el tiempo de inversión extrajera directa. El objetivo es amplio: fuentes alternativas de energía, transporte y la logística, sanidad, comunicaciones, turismo.

Vision 2030 es la referencia también de que algo se mueve en Arabia Saudí, por las intenciones reformistas del príncipe Bin Salman, lo que no deja de alimentar un espejismo. Se cita, por ejemplo, el levantamiento de la prohibición a conducir de las mujeres, como si eso fuera un avance social y cultural significativo, y parte del mismo príncipe que ha activado el ataque más cruel contra Yemen, o se permite el secuestro del primer ministro libanés, Saad Hariri, para que dimita.

Pero el boicot tiene más efectos. También ha renunciado a pisar Riad el presidente del Banco Mundial, y representantes de fondos y bancos de inversión, y de empresas en las que las que la familia real, está depositando ingentes inversiones a través del Fondo de Inversión Pública o PIF por sus siglas en ingles.

Esas inversiones abarcan muchos campos. Han bombeado durante años Silicon Valley, pero no sólo hay compañías tecnológicas. El fondo de riqueza soberana saudí ha invertido ya 45.000 millones de dólares en un fondo masivo compartido con SoftBank (Japón) y tiene previsto duplicar esa cantidad. El presidente de SoftBank, Masayoshi Son, por cierto, está entre los ejecutivos que no se han apartado de Arabia Saudí.

Bombardea con dólares Softbank, Uber, Tesla o Blackstone y con misiles Yemen

Fuera de ese fondo (SoftBank Vision Fund), el PIF ha invertido en Uber (3.500 millones), en Lucid Motors (1.000 millones), rival de Tesla, de la que compró un 5%, el fondo americano Blackstone (20.000 millones), a través de un vehículo para invertir unos 1000.000 millones en infraestructuras, especialmente en EEUU.

Los ejecutivos de Uber y Blackstone, por cierto tampoco acudirán a Riad, ni los de JP Morgan Chase, BlackRock, HSBC o Mastercard.

La lista es interminable, a través de startups (como Magic Leap), participaciones en empresas como ArcelorMittal, Accor, General Motors