- La estrategia helena recuerda el dicho leninista: cree que si gana el 'no', la UE cederá en las negociaciones.
- Los griegos decidirán en el referéndum del domingo el futuro del país y de la unión monetaria.
- El daño a la imagen de Europa ya está hecho, al margen del desenlace, y Grecia queda 'tocada' para años.
- Las grandes economías, EEUU, China, Rusia o India, asisten asombrados al choque de trenes provocado por Syriza.
A unos días del
referéndum del domingo en
Grecia sobre un acuerdo con los acreedores -un golpe inesperado y torticero-, podemos darle todas las vueltas que queramos al asunto, que tanto tiene de imprevisible y de sorprendente. Incluso podemos marearnos más aún, como niños colgados de un tiovivo. Una cosa está clara, en cualquier caso, si aterrizamos a la cruda realidad -suavemente a ser posible para nos despeñarnos-: el primer ministro, el malabarista
Alexis Tsipras, juega con un doble propósito: que el pueblo heleno diga
no, por un lado, y con ese
no, por otro, fortalezca la posición helena en las negociaciones con el
grupo de Bruselas (eufemismo de troika), aunque
aparcando al FMI, un perverso instrumento del capitalismo (o del
terrorismo financiero, en la nueva
nomenklatura de Podemos).
Es un planteamiento insensato, lo más parecido al chantaje, que deja un pésimo balance para las dos partes, al margen de cuál sea el desenlace: el final no será feliz, ni para Grecia, ni para la
Unión Europea. Y sobre esa base, la negociación puede ser más interminable todavía, como la novela de
Michael Ende, más desconcertante, más esquizofrénica, más delirante. Más argentina todavía, si quieren. Ahora bien, el principal damnificado tiene apellidos del Egeo, cuna intelectual de Europa, y ésta ha sido raptada nuevamente por los dioses y llevada a la isla de Creta.
Veamos. Los términos del desplante de Tsipras los explicó él mismo ayer lunes a la televisión estatal griega:
"No nos quieren echar de la eurozona porque el coste de la salida de un país europeo sería enorme". Y, paralelamente, su objetivo
"es que el referéndum, una opción política, nos ayude a proseguir las negociaciones".
Y a eso se acoge para el pedir el
no, que en palabras del presidente europeo,
Jean Claude Juncker, equivale a un
no a Europa y a la
salida del euro.
Tsipras parece embrujado con el viejo dicho de
Lenin "cuanto peor, mejor" , del que se hizo todo un cuerpo doctrinal antes de tomar el poder tras la Revolución de Octubre.
Syriza está haciendo lo mismo pero en Grecia, no en Rusia. Cuanto peor estén en las cosas -ahora, ni pudiendo sacar dinero de los cajeros- y mayor sea el miedo de Europa a un efecto contagio, mayor será la fuerza del Gobierno para obtener ventajas en la negociación del
rescate y el pago de la
deuda.
Pero la realidad económica, ante un imprevisible final, apunta a que todo será peor, ciertamente, para Grecia como para la Unión Europea.
Para Europa, los daños colaterales se están midiendo ya en la imagen que proyecta al exterior, que pasa por la atenta mirada de las grandes economías como
Estados Unidos,
China,
Rusia o
India. Todos esos países asisten impávidos a un choque de trenes en la negociación que no acaban de comprender y constatan con preocupación la incapacidad de Europa para resolver sus problemas (en este caso por la obcecación de Tsipras) o para gestionar una crisis como la griega.
Dicho de otro modo, lo que esas grandes economías están observando es que el la
unión monetaria -sobre la que pivota el
gran proyecto europeo- puede ser reversible cuando un país como Grecia -peligroso precedente- puede haber entrado en el euro, pero al que también se le apunta una puerta de salida. No pasarían esas cosas si la unidad política europea fuera eso, más política y no tan económica.
Syriza está reescribiendo las peores tragedias de
Sófocles o
Jenofonte pero sin su brillante pluma. El gran damnificado ya está siendo la propia Grecia, cuyo Gobierno juega
in extremis con el resto de Europa. La herida, profunda, tardará en restañar bastante tiempo. Y si sale del euro, será una Estado fallido, para Europa y para el resto del mundo.
Tsipras, como su vanidoso ministro de Finanzas,
Yanis Varoufakis, están culpando de la ruptura de las negociaciones al "egoísmo y al juego populista" de los líderes europeos. Asombroso porque son esas mismas las razones -sobre todo populistas- las que están guiando al Gobierno heleno desde hace cinco meses con el membrete final del referéndum y así, dicen, sacar fuerza en las negociaciones. Y ese referéndum es, no lo olviden, sobre todo un plebiscito a su gestión de cuanto peor, mejor.
El debate entre el
sí y el
no en esa consulta polarizará hasta la extenuación a la sociedad griega, que ha sufrido como pocas la crisis económica. En unos meses ha pasado de crecer al 3% a hacer colas para sacar dinero de los cajeros. El pueblo griego no comprende tampoco -con razón- el recetario de medidas de austeridad que le imponen. Pero son el
sí o el
no que se verán en las urnas el domingo los que condicionarán su futuro. El
sí lo defienden los líderes europeos para evitar una salida traumática de Grecia del euro, y por el
no hace campaña el Gobierno de Tsipras, apelando a la
dignidad nacional del deudor y a la resistencia frente a la
austeridad.
De momento, hoy expira el plazo del crédito de 1.550 millones de euros al
Fondo Monetario, lo cual aumenta las dudas sobre la solvencia griega y la situación de sus bancos. El FMI tiene un mes todavía más para declarar moroso al país y si eso ocurre romperá cualquier maniobra del BCE para prestar a los bancos helenos. Se puede llevar más lejos, pero no peor.
Rafael Esparza
rafael@hispanidad.com