Ante la presión, a pesar del coronavirus, del Orgullo gay, y la curiosa interpretación sobre la doctrina católica en la materia, convendrá recordar la filosofía de la Iglesia sobre las relaciones sexuales. No lo digo yo, lo dice el Catecismo de la Iglesia Católica, esa obra magna de Juan Pablo II. Veamos: punto 2396: “Entre los pecados gravemente contrarios a la castidad se debe citar la masturbación, la fornicación, las actividades pornográficas y las prácticas homosexuales”.

Es decir, lo que vende la ministra Irene Montero como libertad sexual. Sí, también las actividades pornográficas, porque la concupiscencia del hombre viene de mirar y la de la mujer de ser mirada y doña Irene está contra la primera pero no contra la segunda. Buena prueba de ello es su penúltima tontuna: la de que a las mujeres agredidas sexualmente les preguntan en la comisaría si llevaban minifalda.

Por tanto, son pecados graves: masturbarse, fornicar, fomentar la pornografía y mantener relaciones homosexuales.

No pecamos por lo que somos, sino por lo que hacemos

Obsérvese que los cuatro pecados graves que certifica la Iglesia se refieren a práctica, a hechos, no a condiciones. No se peca por la condición -de homosexual, por ejemplo- porque la condición (al igual que el sexo, querida ministra) te vienen dados mientras que las acciones las ejecutas tú, son fruto de tu libertad.

Y así, en el último caso, sobre la sodomía, conviene aclarar que la Iglesia no condena la homosexualidad, sino las prácticas homosexuales… que no es lo mismo. Insisto: teoría y práctica, no se peca por ninguna condición que nos viene dada sino por nuestras acciones, que son fruto de nuestra libertad.

Es más, el Catecismo asegura que los homosexuales “deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza” (punto 2358). Y prohíbe cualquier tipo de discriminación contra ellos. Ahora bien, las prácticas homosexuales sí son pecado grave.

Todo el objetivo de este artículo consiste en formar a doña Irene. Nuestro lema es: divertir instruyendo.

De nada.